“La vida no es fácil para nadie. Pero, ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Hay que sentirse dotado para realizar alguna cosa, y esa cosa hay que alcanzarla, cueste lo que cueste”. Esta reflexión de la grandísima Marie Curie, un modelo excepcional en este día tan especial dedicado a las mujeres trabajadoras, es mi inspiración y también enseña lo que el lema de Envera grita desde hace 45 años: “Todos podemos ser los mejores en algo”, independientemente de nuestro género o de nuestras características físicas, sensoriales o intelectuales.
A mis 64 años, y después de una carrera profesional de 31 años en Envera, donde he podido dirigir sin ningún problema un equipo cualificado de seis personas, todas ellas con diversas capacidades físicas y sensoriales, no tengo duda de que la discapacidad es para las empresas un freno más grande que el género.
Cuando acabé mi formación y, tras realizar un curso de especialización que entonces realizaba el Grupo Marsans para trabajar en agencias de viajes, comprobé que por más currículos que mandaba, ninguna me seleccionaba a pesar de las buenísimas palabras que me daban. Miraban mi brazo derecho afectado por la poliomielitis desde los 3 años de edad y rechazaban que pudiera estar de cara al público. A estas empresas no les preocupó que fuera mujer, les echó para atrás mi discapacidad. Supongo que si la enfermedad hubiera atacado a mis piernas y éstas no se vieran tras una mesa estando sentada delante de un cliente, tal vez hubiera tenido más fortuna.
Lo cierto es que en mi casa, jamás mi madre me trató de manera distinta a mis hermanos y si había que hacer las camas, todos las hacíamos, y quien dice las camas dice cualquier cosa; lo mismo que en el colegio, donde las monjas nunca me dieron un trato especial ni me eximieron de hacer gimnasia ni de cualquier otra actividad o juego, por lo que crecí sin sentir que era diferente y que mi brazo sin fuerza formaba parte de mi propia naturaleza, sin más.
Conseguí trabajo en febrero de 1991 en el centro especial de empleo de Envera, cuando el veto reiterado en la empresa ordinaria me impedía optar por otro camino. Y desde 1992, y tras llevar a cabo muy distintas funciones, dirijo un equipo de gestión documental dentro del Área de Transformación Digital, que se ocupa de que actualmente 110.000 pasajeros –antes de la pandemia esta cifra era de 180.000- puedan volar cada mes en los aviones de Iberia y en los vuelos que opera, reservas que gestionamos a través de los sistemas Resiber, Amadeus y Codeshare, y que son rechazadas por contener algún error en origen.
Por ejemplo, cambios de hora, nombres mal puestos, grupos que se separan, viajes con mascotas, discrepancias con otras líneas operadas, duplicidad de reservas, advertencias para las comidas a bordo… Es una paradoja de la vida que mi trabajo consista en corregir tantas veces los errores de las empresas que no me quisieron.
Me siento muy satisfecha conmigo misma porque he sido capaz de sacar adelante un departamento técnico y muy cualificado, con cinco mujeres y un hombre, todos con discapacidad física o sensorial, en el que desarrollamos un trabajo para el que se necesita mucha memoria y mucha concentración. Somos personas con discapacidad, pero hay personas que no tienen una discapacidad a la vista o con certificado y a lo mejor son menos capaces que yo y tienen menos habilidades y aptitudes para desempeñar esta función.
Nunca he sufrido brecha salarial ni otra discriminación respecto a mis compañeros hombres. Sin embargo, es para mí es muy importante celebrar este Día Internacional de la Mujer Trabajadora porque pone en valor mucho esfuerzo y sacrificio, esfuerzo que debería reconocerse no sólo un día al año, sino todos, para lograr la igualdad que consagran nuestras leyes y que manda el sentido común. Iguales a pesar del género, pero también de las características físicas, intelectuales o sensoriales.
Sin duda, la formación y el afán de superación deben guiar a las mujeres, debemos prepararnos como hacen ellos y, sinceramente, debo decir que jamás me sentí en inferioridad de oportunidades respecto a los hombres que me encontrado en mi camino profesional.
Hoy, cuando hecho la vista atrás, después de una vida tan larga de trabajo y a las puertas de mi jubilación, sé que no hay lección más importante que la de Curie, con la que empezaba estas líneas: perseverar, tener confianza en uno mismo y la determinación para alcanzar el objetivo. Que ni la discapacidad y ni el hecho de ser mujer nos frenen. Que tampoco sean un fatal prejuicio para esas empresas a las que se les van las fuerzas hablando de la atracción del talento.
Hay que mirar al presente y al futuro con la ilusión de un nuevo reto que ahora para mí, en esta recta final de mi vida laboral, no es otro que vivir el día a día y disfrutar de lo que de verdad importa con esa sensación extraordinaria de sentirme súper contenta conmigo misma.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de la Mujer 2022.