Más de 70 días desde que empezó la guerra. Cinco millones de personas han abandonado el país. Ocho millones sus hogares. Más de tres mil han resultado heridas. Al menos 3.153 han muerto, de las que 226 son niñas, niños y adolescentes, que como en todos los conflictos, son los que se llevan la peor parte.
Cifras. Números. Estadísticas. De nuevo la vorágine en la que vivimos, la tiranía de la inmediatez desplaza la realidad que hay detrás de cada número. La guerra de Ucrania ya no abre los informativos, pero el sufrimiento de los que la padecen no ha terminado, y por lo que parece, está lejos de hacerlo. Mientras una crisis está presente en la actualidad informativa, conocemos, conectamos y empatizamos con las necesidades de aquellos que la sufren. Necesidades urgentes e inmediatas como refugio seguro, agua, alimentos o medicinas. Todos entendemos la importancia y la urgencia de acceder a ello.
¿Pero qué ocurre con otras cosas menos obvias, pero igualmente importantes y urgentes, incluso en situaciones de emergencia?
Los conflictos armados violan los derechos de la infancia: el derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo, a vivir con su padre y su madre, a la salud, a la participación, al juego, a que se respete el Derecho Internacional Humanitario… y a la educación.
Hemos visto cómo en contextos de emergencia el derecho a la educación pasa a un segundo plano. Lo vimos en la pandemia. Cuando comenzó, cerramos las escuelas sin vislumbrar el impacto que esto tendría en los millones de niñas, niños y jóvenes que encerramos en sus casas. Hoy seguimos viendo el impacto del confinamiento, no sólo a nivel educativo, sino también en la salud mental y emocional de nuestras niñas, niños y jóvenes. En muchos países siguen sin volver a clase. Algunos, como en Ucrania, nunca regresarán a sus escuelas porque están destruidas.
Pero si algo hemos aprendido en estos tiempos de COVID es que la educación es una necesidad básica.
Hablamos de la educación en su sentido más amplio. De seguir aprendiendo, pero también de relacionarte con tus compañeras y compañeros y con profesoras y profesores. De salir al patio a jugar. De estar en un espacio seguro, donde poder expresar libremente las emociones que sientes ante la realidad que tienes en frente. Todo eso es lo que brinda la escuela en un sentido amplio. Y todo eso hace que niñas, niños y jóvenes afectados por una emergencia -una guerra, un desastre natural o una pandemia- recuperen parte de la normalidad perdida, o como mínimo, tengan más herramientas para digerir lo que les ha tocado vivir. La educación, en estos casos, actúa como una medicina. Porque educar, cura.
Curar educando, garantizar que las niñas, niños y jóvenes vuelvan a disfrutar de la educación en su sentido más amplio es una prioridad para Educo. Prioridad urgente si no queremos que las consecuencias que están sufriendo sean para siempre. Y por ello trabajamos junto a nuestros socios de ChildFund Alliance dentro de Ucrania y en Moldavia, dónde miles de personas buscan refugio.
Nuestra experiencia en educación en emergencias nos ha demostrado que las escuelas son un espacio que transforma la vida de los niños y las niñas y los protege. Un espacio dónde darles acceso no sólo a clases de matemáticas, lengua o geografía, si no también dónde proporcionarles herramientas para ayudarles a digerir lo que están viviendo. Contribuir a su bienestar. Salvaguardar su infancia.
Y no sólo debemos hacerlo dentro de Ucrania o en los países vecinos. También en España tenemos que asegurar que la infancia que llega nos encuentra preparadas para su acogida e integración. Y para ello la escuela será de nuevo un escenario clave.
Tenemos mucho trabajo. Importante. Urgente. Inaplazable. Y como siempre, no podemos hacerlo solos. Administraciones, empresas y organizaciones de la sociedad civil debemos unirnos para contribuir a restaurar las vidas de las niñas, niños y adolescentes ucranios. Para que cuando los titulares pasen, sus historias se sigan escribiendo.
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