En los últimos años, la salud mental y el bienestar han pasado a convertirse en una preocupación cada vez más visible en las empresas. Una preocupación impulsada por un contexto global donde los problemas de salud mental se han multiplicado, especialmente a raíz de la pandemia. El confinamiento, la incertidumbre y el aislamiento social pusieron en evidencia una realidad que ya estaba presente, pero en muchos casos ignorada: el deterioro de la salud mental no solo afecta a las personas, también impacta de forma directa en la productividad, el clima laboral y, por tanto, en el éxito de las organizaciones.
Pero antes de avanzar, debemos definir qué entendemos por salud mental. La Organización Mundial de la Salud la define como “un estado de bienestar en el que el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede manejar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de manera productiva y fructífera, y es capaz de contribuir a su comunidad”. Esta definición pone el foco en el equilibrio interno del individuo, en su capacidad para lidiar con las exigencias de la vida y en su posibilidad de encontrar un sentido en lo que hace.
Sin embargo, en el ámbito empresarial, hablar de “salud mental” en términos generales puede resultar difuso, incluso contraproducente. Es un concepto muy amplio que abarca desde el bienestar emocional hasta trastornos psicológicos complejos. Pretender que una organización se haga cargo de todo este espectro no solo es poco realista, sino que también puede llevar a frustraciones y malentendidos. Aun así, las empresas tenemos un papel relevante en la promoción de espacios de trabajo más humanos, seguros y emocionalmente sostenibles.
Y ahí es donde entra en juego el liderazgo. Las organizaciones no podemos (ni debemos) sustituir a los profesionales de la salud mental, pero sí podemos promover condiciones adecuadas para que nuestros equipos trabajen en entornos de seguridad psicológica. Esto implica contar con líderes que no solo gestionen tareas, sino que también sepan gestionar emociones, cultiven la empatía y fomenten la comunicación efectiva. Líderes que entiendan que, para cuidar de otros, primero deben aprender a liderarse a sí mismos, ya que el autoliderazgo es el punto de partida para generar bienestar en los equipos.
En este sentido, promover la salud mental y prevenir al respecto no se limita a ofrecer talleres esporádicos sobre mindfulness o yoga en la oficina. Es una labor mucho más profunda, que exige una revisión honesta de las prácticas internas de la organización como la comunicación inter e intradepartamental, la permisividad para ser vulnerable, entender el error como parte del aprendizaje o la escucha activa, entre otras.
Un ambiente laboral sano es aquel que promueve el autoconocimiento, la inteligencia emocional y la posibilidad de ser uno mismo sin miedo al juicio o la represalia. No se trata de convertir el lugar de trabajo en una burbuja ajena a las dificultades, sino en un espacio donde sea posible hablar de ellas con respeto y humanidad.
También es importante diferenciar entre salud mental y bienestar en el trabajo. Aunque están relacionados, no son lo mismo. El bienestar en el trabajo puede entenderse como una parte de la experiencia laboral (condiciones físicas, equilibrio entre vida personal y profesional, reconocimiento, sentido de pertenencia…) mientras que la salud mental abarca una dimensión más amplia y profunda, que excede lo estrictamente laboral. Las empresas podemos influir en lo primero; en lo segundo, podemos acompañar, pero no sustituir.
Lo que sí podemos hacer, y con gran impacto, es normalizar la conversación sobre el bienestar emocional, formar a nuestros líderes en inteligencia emocional y fomentar entornos donde las personas se sientan seguras para ser auténticas. En definitiva, poner a las personas en el centro.
Estamos ante un cambio de paradigma. Durante décadas, el éxito empresarial se midió en función de cifras, crecimiento y eficiencia. Hoy, el bienestar de las personas ha entrado en esa ecuación. Porque ninguna organización puede aspirar a ser sostenible si sus equipos no están bien.
Abordar la salud mental en el trabajo no es una moda. Es una responsabilidad ética y, también, una decisión estratégica. Humanizar los espacios de trabajo no solo mejora la calidad de vida de quienes forman parte de ellos; también impulsa la creatividad, la colaboración y la fidelización del talento.
En definitiva: se trata de asumir que cada actor social: personas, instituciones, empresas… tienen un papel. Y el de las organizaciones pasa, entre otras cosas, por cultivar una cultura donde el bienestar no sea una excepción, sino parte de su ADN.