Y lo peor es que el crecimiento anual es apabullante: por encima del 3,5%. Como para casi todos, hace falta una revisión urgente de este sector para poder divisar una solución a medio plazo.
Y es verdad que hay una reacción clara a este dato. La descarbonización, es decir, la reducción en la intensidad de carbono de la energía utilizada a lo largo de la cadena de suministro (supply chain), es un asunto prioritario para todas las empresas que producen y distribuyen bienes de consumo. Entre los principales motores de este interés están las anunciadas regulaciones sobre emisiones de carbono, la volatilidad de los precios de combustibles y las crecientes exigencias de clientes y consumidores en general.
Que la cadena de carbono va a estar cada vez más sometida a control público es un hecho. Ya hay numerosos estándares que se apoyan en una “contabilidad del carbono” así como abundantes propuestas de “impuestos sobre el CO2”. La política de la Unión Europea, “20-20-20 para 2020”, propone reducir un 20% las emisiones de CO2 de forma conjunta (al transporte por carretera le corresponde reducir más de 40 MTCO2); California ha comprometido un 25% para la misma fecha y el Reino Unido, un 80% para 2050. Francia ha aprobado recientemente la Ley Grennelle, que tasa las emisiones en origen. Los mercados de carbono van a continuar suministrando “reducciones” a un precio interesante pero no se puede relegar el cumplimiento a la compensación. Es preciso que cada uno reduzca.
Sin embargo, el principal motor no es el cambio climático sino los precios de la energía. Para la inmensa mayoría de agentes en la cadena de suministro hay una relación de ganancia-ganancia en el uso eficiente de la energía, con acciones que llevan a menores emisiones por un menor uso de combustibles fósiles.
Por último, la sensibilización del consumidor es cada vez más alta. La sostenibilidad se cuela en cada hogar, a veces como barrera a productos muy intensivos en carbono, a veces como exigencia de los pequeños de la casa, pero en la mayoría de las ocasiones porque una política de reducción de emisiones se refleja en el precio. O como exigencia de las organizaciones que utilizan solo servicios logísticos para imputar a su producto toda la huella originada a lo largo del ciclo de vida.
Si bien hablar de estrategia en una organización es complicado (esto debe acometerse más desde organizaciones sectoriales: anticipación, lobby, sensibilización) sí es posible y deseable introducir tácticas relativas a la huella de carbono. El resultado será tangible en poco; tomar como punto de apoyo el conocimiento en nuevas tecnologías, que lleven a menor consumo o a menores emisiones, cambio de combustibles, uso de vehículos eléctricos o híbridos, implicación con RSC y un largo etcétera serán acciones bienvenidas por los consumidores, los inversores y, especialmente, por la dirección financiera. El primer paso es conocer nuestras emisiones de la forma más desagregada posible: esto es el camino que llana la huella de carbono.