Un aniversario siempre resulta una buena ocasión para echar la vista atrás y evaluar el recorrido realizado hasta el momento. En el caso del Papa Francisco, cuyo nombramiento como líder de la iglesia católica cumple ahora cinco años, el recorrido resulta más complejo de evaluar, dada la enorme cantidad de temas que ha abordado en sus escritos y encuentros.
Uno de los documentos más relevantes –tanto por la urgencia de la cuestión como por el gran interés que suscitó y el impacto mediático que tuvo– fue la encíclica Laudato si’ (LS), subtitulada: “Sobre el cuidado de la casa común”. Aunque Francisco no ha sido el primer pontífice en abordar la cuestión ecológica, sí ha sido el primero en prestarle la máxima atención posible, la que corresponde a una encíclica, el documento de mayor peso doctrinal en la iglesia.
Y es que el complejo reto de la sostenibilidad, al que la humanidad viene tratando de responder desde la histórica Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano de Estocolmo (1972), requiere de la implicación de todos los actores de la sociedad, incluidas las religiones. La comunidad católica realizó ya en la década de 1960 una importante contribución al debate en torno al desarrollo y a la reflexión sobre la incipiente globalización por medio de la Populorum progressio (1967) de Pablo VI. Posteriormente, Juan Pablo II, en la antesala de la hiperglobalización y en la era de Internet ayudó a formular el concepto de “desarrollo humano integral” como complemento y corrección del concepto de “desarrollo sostenible” que popularizó el influyente Informe Brundtland (1987).
Si la Iglesia ofreció una alternativa ante la visión unidimensional del desarrollo como crecimiento económico y llamó la atención sobre los riesgos de un desarrollismo desprovisto de una reflexión ética, años más tarde Benedicto XVI abordaría en Caritas in veritate (2009) otra cuestión central fruto de la creciente globalización: la necesidad de formular con claridad las cuestiones éticas que plantea una economía financiera cada vez menos regulada por los estados y los organismos internacionales.
Francisco, poco después, trató de lleno otra cuestión que exige, al igual que la regulación de la economía financiera o el desarrollo integral de los pueblos, una respuesta global coordinada, un marco ético intergeneracional y una colaboración estrecha entre los múltiples actores –políticos, sociales, empresariales y científicos– que conforman nuestra sociedad.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), formulados en la Agenda 2030 de la ONU pocos meses después de la publicación de LS, representan el horizonte hacia el que quiere caminar la humanidad y plantean para su consecución una serie de retos o metas muy concretas en distintos ámbitos de actuación. En este sentido, la colaboración de las religiones, especialmente de aquellas que poseen una extensa red institucional y una presencia global puede resultar clave. Su papel no consiste tanto en aportar soluciones técnicas o en proponer medidas económicas, sino en facilitar el encuentro entre los múltiples actores, promoviendo el diálogo interdisciplinar y recordando el imperativo ético que la búsqueda de la sostenibilidad plantea.
El tiempo se encargará de juzgar, pero ciertamente podemos afirmar ya que Francisco, tras cinco años de andadura como líder de una comunidad religiosa global, ha realizado una contribución significativa al debate de los ODS con su propuesta de una “ecología integral”, heredera del “desarrollo humano integral” de sus antecesores. Baste una cita como reconocimiento de su valiosa contribución:
“Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139)