Si aceptamos que conceptualmente invertir es simplemente gastar hoy lo que mañana supondrá una fuente de rendimiento para la empresa, qué duda cabe que la potenciación de una marca, la reputación o el desarrollo del conocimiento entre los profesionales de una firma pueden ser percibidos como formas de inversión empresarial de igual o, incluso, mayor relevancia, hoy en día, que la construcción de una factoría. Los intangibles han jugado desde siempre un rol destacado en la creación de valor empresarial. Prueba de ello es que no podríamos entender la Revolución Industrial vivida durante el siglo XIX sin factores como la innovación de tipo tecnológica desarrollada mediante la invención de la máquina de vapor u organizacional derivada de la especialización de los trabajadores con el consecuente aumento de productividad. En los inicios del siglo XXI, el imparable desarrollo de lo que los observadores intentan describir como la sociedad del conocimiento, la era de la información o de la economía de los servicios, es la ilustración del fenómeno consistente en la evolución, desde la economía, basada en la potencialidad de los factores tradicionales como la tierra, el capital y trabajo, hacia otra en la que la ventaja competitiva a largo plazo reside en aspectos más ligados a lo no material.
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