La ciudad no es un ente propio que podamos aislar del territorio que la rodea. Es común que nos gane la tentación e imaginemos las ciudades como unidades espacialmente delimitadas y susceptibles de analizar como compartimentos estancos. Una tentación difícil de resistir y es que el cerebro humano tiende a rebajar cortisol cuando los problemas son susceptibles de encuadrarse –independientemente de nuestra voluntad o capacidad de atajar el problema, paraliza menos que la abstracción y transversalidad-.
Resultaría simplista -y probablemente otras métricas lo toleren- señalar a las ciudades y provocar conclusiones precipitadas basándonos por ejemplo en una pesquisa rápida en cualquier motor de búsqueda dado que son el origen del 70% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Que suerte la nuestra, ¿no? Tenemos ante a un culpable localizado, un elemento reconocible al que atribuir nuestras desgracias planetarias.
Nada más lejos de la realidad, y es que la huella de carbono no engaña. La huella de carbono es un indicador medioambiental complejo y rico, le dice mucho al que sabe leerla: más allá de una mera intersección de consumos o procesos multiplicados por factores de emisión y expresados en toneladas o kilos de carbono equivalente la huella de carbono nos cuenta la interacción de los sistemas productivos, logísticos y de consumo desde una perspectiva global. Y es que cuando hablamos del famoso Alcance 3 (Scope 3), estamos estableciendo un canal de comunicación que se remonta al origen de cada producto o servicio que consumimos.
Atribuir una capacidad destructora a las ciudades o concebirla como un mal que detrae recursos ajenos es una doble trampa: por una parte, otorga al resto del territorio bondades innatas y por otra diluye la responsabilidad humana. La huella de carbono de un urbanita no viene dada por vivir en una ciudad, se ha generado a cientos de kilómetros. Busquemos la responsabilidad en los sistemas de producción energéticos, de alimentación o de logística.
La ciudad no está para circunvalarse y señalarse, es una actitud reduccionista. Está para conectarse con el territorio y ser motor de cambio demandando adaptaciones a quien surte la ciudad. Aprendamos de la huella de carbono, que en su virtud está la capacidad de trazar nuestro consumo. ¿Prescripciones para un mejor futuro? Un cambio en el origen.
No lo olvidemos, en la ciudad se han tejido las conversaciones, ideas, movimientos y tendencias que han logrado que alcemos la voz de alarma para contratacar décadas de malas prácticas para encauzar la alerta climática que cierne sobre todos nosotros.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de las Ciudades 2024, en colaboración con Holcim.