En el estado actual de las negociaciones, parece que los diplomáticos han elegido el camino ruidoso del caos y la improvisación. El texto que se está cerrando antes de la cumbre final se basa en el menor denominador común, carente de ambición y de compromisos cualitativos o cuantitativos reales. Nada o poco sobre los objetivos de desarrollo sostenible, la economía verde, los derechos de las futuras generaciones, el fin de los subsidios perversos, la agencia mundial del medio ambiente…
Ni las ONG, ni las empresas, ni los gobiernos más progresistas están satisfechos. Si no se cambia radicalmente el tenor del documento, es probable que nos encontremos en el inicio del fin de estas cumbres multilaterales, hasta el momento, tan pesadas e ineficientes.
Sin embargo, aún nos queda un atisbo de esperanza. No sabemos qué camino cogerán los más de 110 jefes de estado que estarán presentes en las negociaciones finales. Con un poco de suerte, los conductores brasileños, profundamente conocedores de la importancia de proteger y defender el medio ambiente, les llevarán por la carretera de la playa donde la armonía y sintonía con la naturaleza les convencerá de la necesidad de un acuerdo final ambicioso y fuerte que permita realmente el desarrollo sostenible de nuestras sociedades.