Vitrubio escribió en sus X libros “De Arquitectura”, en el año 25 a. C.: “los edificios particulares estarán bien dispuestos si desde el principio se han tenido en cuenta la orientación y el clima”. 2.000 años después, seguimos en ello.
Estos primeros indicios documentados de preocupación por la relación entre los entornos naturales y la arquitectura aparecen con Vitruvio y sus recomendaciones sobre el emplazamiento, la orientación, la iluminación natural… basados en planteamientos siempre centrados en las personas, en la medida en que se veía la naturaleza como un recurso para satisfacer las necesidades humanas, aunque la tenían muy en cuenta dado que era su punto de partida para poder establecer las condiciones de habitabilidad.
Y así fue hasta finales del siglo XIX, con la creación de las grandes ciudades y las condiciones extremas de insalubridad, y la llegada del movimiento moderno que, a pesar de su defensa por el papel social de la arquitectura y el urbanismo, empezó a confiar cada vez más en los desarrollos tecnológicos, a homogeneizar la arquitectura y a apartarla de las condiciones de la naturaleza, abandonando los conceptos bioclimáticos de relación de la vida y el ser humano (bio) con el clima, aspectos intrínsecos a la propia arquitectura durante siglos.
A pesar de los incipientes desarrollos de los años 50 sobre fuentes de energía que pudieran remplazar algún día a los combustibles fósiles, fueron los últimos años 60 los que empezaron a poner de manifiesto una pérdida de la confianza en la ciencia y el progreso tecnológico y la crisis del petróleo de los 70 originó una ola de investigación sobre las fuentes de energía no fósiles.
El término ecológico comenzó a emplearse y se inició una etapa de concienciación sobre la fragilidad de nuestro planeta. Son los años de la primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, en 1972 en Estocolmo, considerada como la primera Cumbre de la Tierra.
A pesar del repentino auge de los años 80, que parece que devolvía la fe en el desarrollo económico y técnico, y el bienestar material volvía a ser el máximo objetivo del ser humano, la ecología se habían ganado una presencia significativa en los medios y sus preocupaciones empezaban a ser compartidas.
En 1992 líderes de más de 170 países se reunieron en Río de Janeiro y se consolidó el término “sostenibilidad”, la salud de la naturaleza pasaba a ser considerada como esencial para el bienestar y supervivencia de la humanidad. A Río le siguió la Conferencia de Aalborg (1994), la Declaración de Estambul (1996), el Protocolo de Kyoto (1997), la Cumbre de Johannesburgo (2002)…
Si algo ha quedado claro en este corto recorrido hasta nuestros días, de apenas tres décadas, es que la sostenibilidad es un proceso. Cumplimos hitos, pero nunca llegamos a la solución definitiva, y si nos parece que hemos llegado es necesario desplazar la meta y seguir avanzando hasta volver a llegar, volviéndola a desplazar, y así constantemente.
En el caso del tema desarrollado por el grupo de trabajo del GT2, del Observatorio 2030 del CSCAE sobre CIUDAD y TERRITORIO SOSTENIBLE, esto es más patente si cabe, dado que abarca un espectro muy amplio según el análisis de la situación actual que da lugar a los propios objetivos del grupo de trabajo, desde la respuesta a la evidente emergencia climática que afecta a nuestros territorios, la búsqueda de un equilibro urbano-rural cada vez más desequilibrado, la imperiosa necesidad de acometer una transición energética basada en la descarbonización, la necesaria apuesta por la rehabilitación integral y la regeneración urbana, y todo ello apoyado en el fomento de una verdadera cultura ambiental y en la generación de una gestión multi-nivel basada en la innovación, que permita transformar la administración pública, la economía y el empleo fomentando la innovación social para dar respuesta a las necesidades sociales, creando nuevas relaciones de colaboración.
Una vez realizado el análisis los principios de actuación tienen que partir, fundamentalmente, del reconocimiento de la arquitectura y el urbanismo como parte de la solución, porque “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”, y el propio subtítulo del grupo GT2, CIUDAD y TERRITORIO SOSTENIBLE, ARQUITECTURA Y URBANISMO FRENTE AL CAMBIO CLIMÁTICO, así lo hace.
Y aunque los problemas son conocidos, ya que han dado base a los propios objetivos del grupo de trabajo, la búsqueda de soluciones nos va a obligar a reformular constantemente los mismos y a reconducir las propuestas que se hagan, a ir desplazando, en definitiva, constantemente la meta.
Los retos a los que nos enfrentamos son muchos y ambiciosos, como se recogen en el informe, y la visión de futuro tiene que ser siempre optimista, y aunque ahora parece que tengamos pilares claros en los que apoyarnos, como puede ser el propio concepto de la economía circular basada en la resiliencia, tenemos que ser conscientes de que las nuevas formas de habitar, de trabajar, de consumir, de movernos, van a cambiar, y un ejemplo muy claro ha sido el impensable impacto mundial que ha tenido la Covid19, y lo que propongamos es muy posible que esté destinado al fracaso, pero esto no debe desmoralizarnos, al contrario, debe ser un acicate más para seguir avanzando, para seguir fracasando.
Parafraseando al escultor Jorge Oteiza cuando rechazó uno de los premios que le querían otorgar a su trabajo, “no voy a manchar mi currículum lleno de fracasos con una victoria de mierda”. Y fue esa vida “llena de fracasos” la que le permitió avanzar y seguir trabajando. Nuestros seguros fracasos en la reformulación de ciudad y territorio nos tienen que dar fuerza para seguir avanzando también en la búsqueda constante de un mundo sostenible.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Espacios Urbanos Sostenibles