En mayor o menor medida, como adultos, todos nos esforzamos por mantener nuestro hogar habitable. Qué sabios eran nuestros padres cuando nos decían “ordena tu habitación”, “no dejes las cosas tiradas”, “no se puede caminar con ropa sucia por el suelo”. Frases correspondidas con hastío; las prioridades eran otras, el tiempo se dedicaba a maximizar el aquí y el ahora. Durante años y hasta hace poco, las empresas han estado en su fase adolescente: la maximización de beneficios es lo importante, a toda costa y a cualquier precio. Luego ya se resolverán los problemas causados. No es hasta hace relativamente poco que las empresas han tenido que hacerse cargo de su responsabilidad social.
La responsabilidad social de las empresas (RSE) no es un concepto nuevo y sus implicaciones para las empresas y sociedad tampoco. En 2001 la Comisión Europea, a través del Libro Verde y justo después del “UN Global Compact”, establecía la primera definición de RSE. Catorce años antes (1987), ya se formaliza el término de Desarrollo Sostenible. Ese que nos dice que la generación presente debería poder satisfacer sus necesidades sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras. Algo que, siendo honestos, no parece que estemos haciendo muy bien.
No obstante, la implantación de políticas de RSE no debería ser solo una respuesta reactiva a leyes y directivas, desastres naturales, tragedias (como Rana Plaza), crisis reputacionales. Porque si lo pensamos bien, tener una buena política de gobierno corporativo, contribuir positivamente a la sociedad y no dañar el planeta es de sentido común ¿o no?… como tener la casa en orden.
Las compañías del futuro serán responsables socialmente o no serán. El cambio climático se ha convertido en una cruda realidad, y el año pasado se registró el mayor número de catástrofes relacionadas con el clima de la historia. El 80% de individuos consideran que nos dirigimos hacia un desastre medioambiental a menos que cambiemos rápidamente nuestros hábitos.
En este sentido, estamos viendo como algunos consumidores están cambiando sus decisiones de compra según el impacto medioambiental y social de los productos, movidos por sentimientos de culpa, preocupación o valores éticos. El 64% de la población mundial, dice intentar comprar productos de marcas que actúan de forma responsable, aunque signifique pagar más.
Los días en que las empresas podían centrarse en ofrecer buenos productos a buenos precios y esperar que el mercado respondiera favorablemente están desapareciendo. Vemos que la RSE es fundamental para mejorar la competitividad e imagen ante la sociedad (lo que redunda en los beneficios) y esto se lo debemos en gran parte, a la presión ejercida por los consumidores.
Los consumidores exigen más y buscan marcas auténticas que aporten un bien a la sociedad, que tengan preocupaciones, valores éticos, que no solo digan, sino que hagan. Que apoyen las causas que a ellos les importan, que faciliten sus decisiones de compra, que les ayuden a estar en consonancia consigo mismos.
Ahora bien, está precisamente en manos de las empresas decidir cómo articulan sus políticas de responsabilidad social: si se ciñen a lo demandado por la ley, de forma reactiva, o si en cambio van más allá y apuestan por políticas más ambiciosas en pro de un futuro más sostenible para todos.
Por la parte que me toca reivindico lo segundo, porque el poder del impacto positivo de las empresas en la sociedad es real y porque ¡ay! que sabios eran nuestros padres cuando nos decían que mantuviésemos nuestra habitación en orden. Además, en este caso no tenemos a nadie que venga por detrás a recoger nuestra ropa sucia. Los datos acerca de consumidor que se comparten son informaciones de Ipsos Global Trends 2023, estudio realizado en 50 países, incluye el 70% de la población mundial.
Para más tribunas responsables visite nuestra biblioteca Corresponsables.