Estamos a escasos seis meses de la primera ventana de aplicación de la Directiva sobre información corporativa en materia de sostenibilidad (famosa CSRD) y las informaciones y comentarios que me han ido llegando me han suscitado una serie de reflexiones que quisiera compartir.
Los más veteranos en esta batalla de impulsar los negocios responsables y sostenibles recordamos, sin duda, los primeros debates que surgieron en torno a la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y el consenso a que llegamos de que se debía considerar todo aquello que superaba el cumplimiento legal.
El movimiento surgía a partir de la premisa de que los principios y valores de las personas que constituían las organizaciones impulsarían un cambio en la forma de desarrollar los negocios. Estábamos en lo que podríamos bautizar como la teoría de la zanahoria.
Ahora que la Red Española del Pacto Mundial está celebrando sus 20 años (me uno a las felicitaciones) podemos tomar como referencia ese periodo temporal y podemos observar que hemos pasado al extremo contrario.
El Pacto verde europeo y su desarrollo legislativo en las diferentes directivas nos ha llevado a un escenario en el que el foco se sitúa en el cumplimiento (al menos es la preocupación reinante) Se desconfía de los principios y valores de las organizaciones y la premisa ahora está en obligar para impulsar los cambios. Podríamos bautizar como la teoría del palo.
¿Y qué resultará mejor, el palo o la zanahoria? Para dar una respuesta acudiría a Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” y el concepto ‘Aurea mediocritas’, expresión latina referida a la voluntad de alcanzar un deseado término medio entre los extremos. La virtud ética tiende al término medio. La Virtud busca el equilibrio, la armonía, porque no la tiene de forma natural, espontánea. Y si la busca es porque tiene la capacidad de encontrar ese punto de moderación, ese no inclinarse ni al exceso ni el defecto.
Dicho lo cual, resultará imposible impulsar los comportamientos y cambios en la forma de concebir y gestionar los negocios si no se interiorizan unos principios y valores, un propósito en la organización. Pero esto, de por sí, se demuestra insuficiente para que sea adoptado de forma general y hay que introducir un estímulo legislativo. Pero éste no ha de convertirse en el foco, en que la preocupación sea cumplir y ya está.
La clave está en la realización de un buen análisis de doble materialidad (o de doble importancia relativa, como se ha venido a traducir, incorporando un nuevo término de confusión), no para cumplir, sino para identificar lo que es verdaderamente relevante para una organización y así tener información para saber poner los recursos en lo que verdaderamente aportará valor para la propia organización y la sociedad.
Gestionar para buscar impactos (incidencias según la traducción) positivos y eliminar o minimizar los negativos. Así de simple, o complejo. Y está bien disponer de un marco común para divulgar el desempeño. Tenemos uno muy completo que cumplir (los NEIS), que conducirá a grandes informes plenos de información, pero debería pensarse más en lo que le interesa a cada grupo de interés y ponérselo más fácil y adaptado a cada uno.