No cabe duda de que la reputación corporativa es el recurso intangible más valioso de la empresa. Nos encontramos, de hecho, ante una de las palancas más importantes de creación de valor y rentabilidad y, tras el proceso disruptivo provocado por la pandemia del Covid-19, ha demostrado, una vez más, ser un indiscutible acelerador para la recuperación.
En los últimos tiempos, la reputación empresarial ha sufrido una significativa evolución tanto a nivel cuantitativo, ya que se extiende a muchas más empresas que la identifican como uno de los ejes centrales de su gestión, como a nivel cualitativo, pues ha adquirido más peso en las decisiones empresariales y más importancia en las valoraciones de los distintos stakeholders. Un exponente de este avance es la generalización que se ha producido del término ESG (Environmental, Social and Governance), que incorpora la responsabilidad medioambiental y social y la ética de los comportamientos empresariales en un sentido amplio.
Las empresas han de ser conscientes de que se les exige más, tanto de parte de la sociedad como de parte del resto de agentes. Tal es así que ESG ya no forma parte del futuro y se ha convertido prácticamente en una condición ‘sine qua non’. Más que un valor diferencial es una obligación que imponen los inversores y determinadas estrategias de inversión ya exigen cumplimientos ESG.
Cada vez existe más presión de estos, que colocan dichos criterios en el centro de sus planificaciones estratégicas a la hora de elegir sus carteras de (…)
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