1. La pandemia es global: no conoce fronteras. La globalización se ha ocupado de extenderla y es verdaderamente excepcional: nunca antes un mismo reto había afectado simultáneamente a todos los rincones del planeta. El único desafío comparable en impacto es la emergencia climática, aunque ésta, al ser de expresión mucho más lenta y menos tangible, despierta menos unanimidad respecto a su certeza y a la necesidad de hacerle frente. La crisis climática no llena de enfermos las unidades de cuidados intensivos.
2. Dentro de cada país, la pandemia afecta -si bien no de la misma manera- a todos los estratos de la sociedad. Los grupos más desfavorecidos sufren sus consecuencias de forma desproporcionadamente intensa, por su falta de acceso rápido a la sanidad, a la información, al teletrabajo, o simplemente a un empleo estable. Ahora bien, pertenecer al privilegiado 1% que domina la economía y la política mundial no es en absoluto garantía de inmunidad. Personalidades relevantes en todos los ámbitos de la vida pública han sido víctimas de la enfermedad.
3. Debido a la falta de precedentes, los gobiernos de todo el mundo están teniendo graves problemas para articular una respuesta efectiva, lo que ha derivado en errores de juicio y planes de actuación imperfectos. La continua exhibición de discrepancias entre políticos está provocando la pérdida de confianza de la población en las clases dirigentes y abre la puerta a los populismos. Este fenómeno se da también a escala europea: la falta de solidaridad entre países se percibe como una traición al espíritu fundacional de la Unión Europea. La gestión de la crisis de 2008 no sirvió para generar aprendizajes útiles en la situación actual. Muchos países que se sienten en ventaja frente a otros fomentan sentimientos de protección hacia sus intereses nacionales, en lugar de promover una cooperación que serviría para sumar recursos y esfuerzos. En esta carrera, al igual que con la emergencia climática, hay que cruzar la meta todos juntos. Si alguno queda rezagado, o es abandonado a su suerte, perdemos todos.
4. Enfrentadas al dilema de cómo afrontar el día después, es de esperar que las empresas con propósito sepan reaccionar y evolucionar hacia una forma diferente de enfocar su actividad. El valor para el accionista debe remplazarse por el valor para la sociedad, entendida de forma amplia. Proveedores, clientes, empleados, accionistas, comunidades, centros educativos y de investigación, ONGs, sociedad civil, y, sobre todo, el planeta: todos deberían formar parte de la hoja de ruta de las empresas con conciencia. El balance al final de cada año debe incluir los impactos sobre cada uno de estos públicos, y la valoración del éxito conseguido por la empresa debe basarse en qué cambios positivos ha producido en cada uno de ellos. En este contexto más complejo, pero más simple a la vez, el beneficio empresarial y el crecimiento por el crecimiento deben pasar a ocupar una posición secundaria.
5. Deberá ser posible en el futuro presentarse a una junta general de accionistas con un informe en el que unos resultados económicos estables o incluso decrecientes frente al año anterior sean valorados positivamente si se han conseguido con un menor impacto sobre el medio ambiente, con un menor consumo de recursos, incrementando la circularidad de las operaciones, y demostrando que la actividad de la empresa ha beneficiado en mayor medida a amplias capas de la sociedad. ¿Utopía? Antes de la pandemia, posiblemente sí. Ahora la pandemia nos ofrece la posibilidad de hacer un reset al sistema, de evaluar los efectos de este macro experimento forzoso que ha paralizado la economía mundial, y de sacar valiosas consecuencias para el futuro de la humanidad. Un meme que circula estos días por la red afirma: “No podemos volver a la normalidad – porque la normalidad era el problema”. Encontremos entre todos, pues, la nueva normalidad, aprovechemos esta oportunidad única. Es la segunda que tenemos en el siglo XXI. Quizás no habrá una tercera, antes de que sea demasiado tarde.
Covid19: 5 reflexiones para una segunda oportunidad
Carles Navarro, Director General de BASF de España y Portugal
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