Manos Unidas ha presentado hoy en rueda de prensa su campaña anual, que este año lleva por lema “Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú” y se va a centrar en denunciar las consecuencias que el deterioro medioambiental y la crisis climática tienen en la vida de los 821 millones de personas que pasan hambre y en los más de 1000 millones de personas empobrecidas.
Clara Pardo, presidenta nacional de la Organización, señaló que el enfoque medioambiental que se le ha dado a la campaña es una obligación derivada del objetivo que la ONG de la Iglesia católica tiene de aliviar el sufrimiento de las personas que viven en contextos de mayor vulnerabilidad, «de los nacidos en esa calle equivocada de la aldea global, como decía hace años el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)», recalcó.
La presidenta de Manos Unidas resaltó algunas de las consecuencias que el maltrato al planeta tiene sobre las personas más empobrecidas entre las que se encuentran la dificultad para obtener rendimiento de las tierras afectadas por los cambios en los patrones de comportamiento del clima o los desplazamientos relacionados con los fenómenos meteorológicos extremos. Unos desplazamientos que, de no producirse un cambio, el Banco Mundial estima que podrían alcanzar los 140 millones de personas en 2050. «¿Nos hemos planteado qué vamos a hacer cuando esas personas, a las que hace tan solo unos días se acaba de reconocer como refugiados -refugiados climáticos- llamen a nuestras puertas?», se preguntó Pardo.
“Llevamos 61 años de trabajo sobre terreno, codo con codo con nuestros socios locales y con las personas que más lo necesitan, y somos muy conscientes del enorme daño que el maltrato al planeta está causando a sus vidas. Lo que no sabemos es hasta dónde pueden llegar estos daños si no se revierte la actual tendencia”, advirtió la presidenta de Manos Unidas.
“Hacer llorar la tierra” en Mali
Para presentar esta campaña, Manos Unidas ha contado con el testimonio de la hermana Janeth Aguirre, que desarrolla su labor en la ciudad de Koulikoro (Mali), donde es testigo de la capacidad de resiliencia de un pueblo que hace frente a la amenaza del terrorismo, del abandono estatal y del cambio climático, con las armas de la educación y la capacitación.
«El terrorismo encuentra en los poblados del Sahel a personas empobrecidas, sin oportunidades, desatendidas por el Estado y a expensas del dinero rápido. De manera particular los jóvenes ceden, algunas veces con el beneplácito de sus padres, a trabajar con estos grupos por una remuneración mensual que termina por convertirlos en marionetas de sus planes grotescos; se destruyen valores ancestrales y se pone en juego el futuro generacional del país», explicó la misionera colombiana.
«Esta situación, asegura Aguirre, se ve agravada por el cambio climático que se percibe en las dificultades a las que se enfrentan las mujeres para cultivar sus huertos; tarea fundamental en la vida de toda mujer maliense”.
Hace 15 años cuando las misioneras de María Inmaculada llegaron a Mali, aseguró Janeth Aguirre, «la gente podía comer de lo que producían sus huertos, pero, ahora, debido a la disminución en el volumen de las lluvias, como consecuencia de la crisis medioambiental, los pozos se han ido secando y los huertos han ido desapareciendo (…). En uno de los proyectos que llevamos a cabo con apoyo de Manos Unidas hemos constatado que 70% de los niños que recibimos en las consulta tienen problemas de malnutrición, crecimiento y desarrollo y otro tanto las mujeres gestantes», explicó Aguirre.
La hermana Janeth citó a las mujeres para referirse a la solución más inmediata para poner fin a este acuciante problema: «Ellas dicen que tenemos que “hacer llorar la tierra”, por medio de la construcción de pozos profundos con bombas mecánicas para asegurar el suministro de agua todo el año, y el cultivo de los huertos». «Hay que crear soluciones durables, formarlas, capacitarlas en técnicas de cultivo y de riego, reutilizar las aguas usadas, ayudarlas a crear la infraestructura para que la mujer maliense pueda realizar su trabajo», aseguró. Y para ello requirió el apoyo de todos.
La causa de la cruda realidad del hambre
Por su parte, Alberto Franco, misionero colombiano, destacado defensor de los derechos humanos y ambientales en Colombia, se refirió a la agresión que han sufrido los territorios y las poblaciones colombianas a causa del conflicto armado y los grandes proyectos extractivos.
Franco comenzó su intervención con un recuerdo del pasado: «Crecí escuchando historias de la colonización, es decir, de tierra “lejos de la civilización”, a donde los pobres iban o los llevaban para tumbar (derribar) montañas y “hacer fincas”, porque había que “civilizar las montañas”. Soy campesino descendiente de la llamada “colonización paisa” en Colombia. (…) Nunca oí hablar, por ejemplo, de justicia social o justicia climática», explicó para aclarar después que este «modelo de desarrollo y de civilización es responsable de la crisis ambiental y del hambre de millones de personas, aunque nos digan que eso es lo normal y lo único».
«El reconocimiento de asesinatos, masacres, desapariciones, desplazamiento forzado, montajes judiciales, encarcelados injustamente y los grandes delincuentes libres me llevaron a trabajar por los derechos civiles y políticos», explicó el religioso, miembro de Justicia y Paz y de la Red Iglesias y Minería, que reciben el apoyo de Manos Unidas. Se asesina, se hace desaparecer o se encarcela «a quien defiende los derechos. Las masacres, desapariciones y asesinatos generan terror, con el terror el desplazamiento y con el desplazamiento el despojo del territorio para agronegocios, infraestructura o industria extractiva; este “uso” daña el territorio (contamina las aguas, envenena el aire, destruye los bosques, acaba con la biodiversidad y calienta el clima), empobrece a millones de personas y genera hambre», explicó Franco.
La explotación de los “bienes de la creación” es para el religioso colombiano la causa de la cruda realidad del hambre, las injusticias, las desigualdades, el calentamiento global, la violación a los derechos fundamentales, las violencias y las guerras. Y la justificación de esta explotación «vacía de contenido palabras como democracia, libertad de expresión, estado de derecho o derechos humanos», aseguró Alberto Franco.
Ante esta realidad, el misionero colombiano propone dar el primer paso para emprender un largo camino que «nos lleve a nuevas realidades o nuevas miradas de la misma realidad». Y entre estos pasos destaca el «llamar las cosas por su nombre porque no es ético ni realista seguir escuchando los negacionistas de la crisis ambiental y socioeconómica, que maquillan el hambre, la miseria y el riesgo climático».