El mes de septiembre es el mes del retorno a las escuelas. COVID-19 mediante, este año la vuelta al cole ha sido más normal que la que vivimos en 2020 y niños y niñas han empezado el curso acostumbrados a la nueva cotidianidad. Lo que no ha cambiado estos dos últimos cursos es el gasto económico que las familias tienen que hacer al empezar las clases y que para aquellas que viven con escasos recursos económicos se convierte en una piedra más con la que tropezar. Porque, en España, el derecho a la educación está cubierto, pero no siempre los gastos asociados a ir a la escuela. Poder ir en transporte público al colegio, comprar el material escolar necesario, asistir a actividades extraescolares o ir a comedor escolar son unos gastos que las familias más vulnerables no pueden asumir, con lo que los niños y niñas que viven en estos entornos desfavorecidos acaban sufriendo las consecuencias.
Según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 el 31,1% de los menores de 18 años estaba en riesgo de pobreza o exclusión. Detrás de este porcentaje hay más de dos millones y medio de niños, niñas y adolescentes. Datos alarmantes que reflejan las desigualdades sistémicas con las que convivimos. Hasta 2019 se había conseguido – demasiado lentamente, también hay que decirlo – ir reduciendo la tasa de pobreza infantil. Pero no solo se ha frenado la tendencia, sino que va en aumento y sitúa a España, la cuarta economía de Europa, en el furgón de cola de la Unión Europea en esta categoría, solo por delante de Rumanía y Bulgaria.
Acabar con la pobreza infantil no es fácil, lo sabemos. Pero también sabemos que, si no se toman medidas, la situación empeorará. Si queremos erradicar las desigualdades enquistadas en nuestra sociedad, hay que empezar por invertir en la educación de los niños y niñas. La educación es más que aprender a escribir o resolver problemas de trigonometría. Es la herramienta que permite acabar con las desigualdades y, por eso, es urgente invertir en ella. Está ampliamente demostrado que la pobreza infantil es un obstáculo en la educación de los niños y niñas, en la reducción del abandono escolar, la mejora de los resultados educativos y la igualdad de oportunidades desde la infancia. Por eso, es imprescindible tener los recursos necesarios para garantizar el derecho a una educación equitativa y de calidad para todos los niños y niñas, como también lo es educar desde la raíz, resignificar la educación desde una visión holística, que incluya las herramientas y las medidas necesarias que compensen las desigualdades de origen.
Uno de los espacios en los que se evidencian las desigualdades es el comedor escolar. En este espacio se garantiza a los alumnos y alumnas que asisten una comida completa y nutritiva al día. Sin embargo, lo que vemos en Educo es que no todos aquellos que la necesitan, la reciben. Muchos de ellos y ellas no tendrán una beca pública para poder asistir al comedor escolar, ya sea porque los ingresos en el hogar superan por muy poco los mínimos establecidos, porque no cumplen los requisitos administrativos o porque los datos de la renta del año anterior no reflejan la situación actual, entre otros. Los datos refuerzan esta realidad. Solo se dan becas y ayudas para comer en la educación obligatoria al 11% del alumnado cuando el 13% de los menores de 16 años viven en situación de pobreza extrema y medio millón de niños y niñas no pueden permitirse comer carne, pescado o pollo cada dos días.
Si asistir al comedor escolar es básico para poder garantizar la alimentación de los niños y niñas más vulnerables, también lo es por muchos otros aspectos menos evidentes, pero igual de importantes. El comedor escolar es un espacio clave para la protección de la infancia, la socialización, la educación y la formación en valores. Es un lugar en el que se refuerza la igualdad de oportunidades del alumnado. Un espacio en el que se pueden abordar las desigualdades y trabajar para construir una sociedad más justa y equitativa.
Desde hace más de 8 años, en Educo trabajamos para que todos aquellos niños y niñas que no han obtenido una beca comedor a pesar de necesitarla puedan tenerla. Pero, ni nosotros ni el trabajo que realizan otras organizaciones en esta área podemos llegar a todos aquellos que lo necesitan. El curso escolar está en marcha, pero arrastrando el comedor escolar como asignatura suspendida. Aprobarla pasa porque se implemente el comedor universal. Mientras esto no sea posible, las administraciones que tienen competencias en la materia deben aumentar la cantidad y la cuantía de las becas comedor públicas.
Que en España uno de cada tres niños y niñas esté en riesgo de pobreza y exclusión y que la pobreza infantil haya subido casi un punto entre 2019 y 2020 es un indicador que no podemos permitirnos. Este y otros datos constituyen uno de los predictores del futuro incierto que tendrán los niños y niñas en situación de vulnerabilidad. Debemos actuar ya, de forma integral, para conseguir que estos más de 2,5 millones de niños, niñas y adolescentes accedan a sus derechos y bienestar.
Pero no podemos hacerlo solos. Necesitamos trabajar de forma coordinada, abordando el problema desde la raíz, con un enfoque complejo y multisectorial, en el que las administraciones públicas juegan un papel clave, pero también las empresas, las organizaciones sociales, y por supuesto los niños, niñas y adolescentes, cuya voz debe ser escuchada y tenida en cuenta para aquellos temas que les atañen, que son casi todos. Nuestro planeta necesita soluciones globales a problemas globales. Así lo acordamos cuando nos comprometimos con la agenda 2030, y así lo demanda la sociedad. Estudios recientes hablan de que, en el mundo post pandemia, los consumidores esperan marcas (y por tanto organizaciones) más comprometidas con los retos que tenemos por delante. En Educo nos sentimos interpelados por esta demanda, y no solo seguiremos trabajando para contribuir a los derechos y el bienestar de la infancia más vulnerable, si no que seguiremos haciéndolo de la mano de nuestros aliados. Presentes y futuros.