La Organización Internacional del Trabajo (OIT) analizó en 2.019 los retos para el futuro del trabajo y planteó la forma de afrontarlos, plasmándolo en la Declaración del Centenario de la OIT. Resaltaba dicha Declaración la radical transformación que suponían las innovaciones tecnológicas, la crisis medioambiental y climática, la globalización y los cambios demográficos, entre otros. La pandemia de la COVID-19 ha venido a acelerar algunos de estos cambios y a profundizar en las desigualdades.
Expertos de la OIT han reseñado que el cambio que está teniendo una incidencia más evidente sobre el empleo es la transformación demográfica.
Algunos datos nos permiten apreciar la magnitud de estos cambios: según Naciones Unidas, la población mundial crecerá un 25 por ciento en los próximos 25 años, alcanzando una población total de 9.700 millones de personas en 2.050. Al contrario de lo que solemos pensar, este crecimiento no se produce solo por el aumento de la natalidad en determinados países, sino especialmente por el incremento de la esperanza de vida a nivel mundial, en todos y cada uno de los países. Así, la media de edad mundial hace 50 años era de 21 años, actualmente es de 31 años y dentro de 50 años será de 39 años. Otro dato llamativo es que en los últimos cien años se ha doblado la esperanza de vida.
Europa es el continente más envejecido, con una media de edad actualmente de 42 años (frente a los 31 años de la media mundial). Además, en nuestro caso, la baja natalidad traerá como consecuencia la pérdida de población (se espera una caída de la población de un 10 por ciento para 2.050, y ello a pesar de que el 80 por ciento del crecimiento poblacional será por la inmigración).
Estas perspectivas plantean consecuencias a muchos niveles: uno evidente, el incremento de las prestaciones por pensiones o sanitarias. Pero nos interesa resaltar las importantes consecuencias sobre el mercado laboral. A nivel mundial, las personas trabajadoras de 55 o más años de edad son el 14,3 por ciento de la fuerza laboral y se estima que serán el 18 por ciento para 2.030. Son el grupo de edad que crece más rápidamente. En España son 4.027.000 ocupados, representando ya el 19,95% del total.
Así pues, hay que reflexionar sobre el papel que las personas trabajadoras de mayor edad desempeñan y van a desempeñar en el mundo del trabajo, y rediseñar las políticas de recursos humanos de las empresas y las políticas públicas para dar mejor cabida a las peculiaridades de estos trabajadores.
Hay además que romper con algunos mitos como que estos trabajadores son menos productivos (la eficacia de la experiencia se acredita por ejemplo en el dato de que el 70 por ciento de las empresas creadas por trabajadores de más de 50 años sobreviven más de tres años, dato que se reduce al 28 por ciento para empresas creadas por jóvenes menores de 30 años); tampoco se pueden justificar con datos algunas ideas preconcebidas como que toman más días de baja que la media o que no se adaptan y aprenden peor, siempre que se hayan formado regularmente a lo largo de su vida.
Afrontar el reto del aumento de la edad de las personas trabajadoras es una necesidad que no ha sido debidamente abordada hasta ahora. Así se acredita al comprobar los datos de tasa de ocupación de los trabajadores mayores, que es inferior a la del resto de edades, entre otras cosas (aunque no solo) porque los expulsados del mercado laboral no encuentran oportunidades de reentrada y dejan de buscar empleo.
Mención especial merecen las trabajadoras de edad: si la tasa de actividad de las mujeres en los diferentes grupos de edad tiene una diferencia de 10 puntos inferior respecto a la de los hombres, en el caso de personas trabajadoras de 55 a 59 años (por ejemplo), esta diferencia se incrementa a los 14 puntos. Es decir, algo está pasando para que las mujeres de más de 55 años se retiren del mercado laboral aún en mayor proporción que los hombres. En aras a la eficiencia y a la justicia, es preciso analizar esta cuestión e incrementar la participación de las mujeres de mayor edad creando las condiciones laborales que lo permitan, como jornadas flexibles, teletrabajo, etc.
La OIT aprobó en 1980 su Recomendación 162 sobre trabajadores de edad que prohíbe cualquier tipo de discriminación respecto a las personas trabajadoras de edad en materia de empleo y ocupación, y hace especial hincapié en la formación. Habrá también que repensar la formación para se extienda verdadera y efectivamente a lo largo de toda la vida laboral permitiendo la actualización de las personas trabajadoras de edad.
La edad está incorporada dentro del concepto de diversidad que preconizan muchas empresas y que tantas ventajas les aporta pero, en la realidad, en ocasiones no se visualiza (o directamente se olvida) lo que la experiencia puede aportar al grupo de trabajo y a la empresa.
Mención aparte merecen otros retos laborales derivados del envejecimiento paulatino de la población, como el incremento de la economía de los cuidados. Actualmente no se valoran estos trabajos, desarrollados fundamentalmente por mujeres (88 por ciento) y en parte importante por inmigrantes (44 por ciento). Es un sector donde se va a crear empleo (la OIT estima la creación de casi 300 millones de empleos si se invierte en economía de los cuidados) pero es necesario que ese empleo sea de calidad.
La ratificación por España del Convenio 189 de la OIT de trabajadoras y trabajadores domésticos, que desarrollan parte del trabajo de cuidados, es un paso en la buena dirección, ya que reconoce a estas trabajadoras, entre otros, el derecho a la prestación por desempleo. Sobre su forma de implantación en nuestro país, el Llamamiento Mundial a la Acción de la OIT, de 2021, para una recuperación centrada en las personas, establece el diálogo social tripartito como la herramienta más adecuada para afrontar todos estos retos.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Talento Sénior.