Las personas cuidadoras sostienen la vida a diario con su infatigable trabajo. Quedó demostrado durante el pico de la pandemia, hace ya un año y medio, cuando afloró como nunca antes la crisis de los cuidados. Así, mientras todo paraba durante unas semanas, en pleno estado de emergencia, una única cosa no lo hizo: el trabajo de cuidados. De repente, la centralidad de este trabajo históricamente invisibilizado era innegable, y en declaraciones públicas, radios, televisiones, “los cuidados” estaban en boca de todo el mundo.
Sin embargo, un año más tarde parece que poco ha cambiado. Las mujeres son las que siguen asumiendo de manera desproporcionada el trabajo de cuidados no remunerado en los hogares. Dicha carga, además, se acentúa entre algunas mujeres, en particular las migrantes, jefas de su hogar, en hogares de renta baja y en contextos rurales. En contraste están los hogares urbanos de renta media y alta, donde muchos optan por externalizar este trabajo sin hacerse corresponsables de la parte que les toca.
En el otro extremo de las cadenas de cuidados siguen siendo las mujeres migrantes las que gran medida continúan desempeñando el sostenimiento de la vida en unas condiciones laborales y salariales precarias. Sin ir más lejos, ya antes de la pandemia una de cada tres trabajadoras del hogar y de cuidados en el Estado español vivía bajo el umbral de la pobreza, una situación que se ha agravado con la actual crisis económica. Carecen de derechos básicos como la prestación por desempleo o protección por despido, y muchas de ellas todavía siguen trabajando en condiciones de esclavitud, sin que se respete su derecho a un descanso semanal, vacaciones o baja por enfermedad.
Estos no son los cuidados que necesitamos y merecemos. Desde Oxfam Intermón creemos que debemos transitar hacia un nuevo modelo social y económico que ponga la vida en el centro, y es urgente. Ahora que en muchos contextos se empieza a hablar de “recuperación”, debemos permanecer atentas para evitar una vuelta a una supuesta “normalidad” que sólo beneficiaba a unos pocos.
Primero, porque debemos asegurar que los planes de estímulo económico y social sienten las bases de sistemas integrales de cuidados que nos permitan avanzar hacia sociedades que hagan efectivo un derecho universal a los cuidados dignos, y que, a su vez, sean palanca para repensar un amplio abanico de políticas públicas, incluidas la política económica, laboral y fiscal.
Segundo, necesitamos una plena equiparación de derechos para las trabajadoras del hogar y los cuidados, que puedan ejercerlos desde la dignidad cuando sea una opción escogida y deseada de desarrollo profesional. Y por último y no menos importante, necesitamos que todos estos avances en favor de unas políticas de cuidados dignos se hagan desde un enfoque feminista, de corresponsabilidad e interseccional, es decir, que incorpore las luchas, experiencias y demandas de las mujeres en su diversidad, enfrentando cualquier intento de cooptación de la agenda desde movimientos conservadores.
De no avanzar en esta triple dirección, corremos el riesgo de que los cuidados devengan un lugar común, una frase hecha, una palabra vaciada de su significado conflictivo y radical. Y es todo lo contrario. Como dice la artista María Llopis, ‘la verdadera revolución que necesitamos es la de los cuidados’.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras