¿Te has preguntado alguna vez quién o qué sostiene la vida? Para quienes nos hemos educado en el feminismo la respuesta es clara: las mujeres. Y para todos los demás, también debería estar cristalino, pues los datos no dejan margen de duda. En nuestro país, de entre los 3,8 millones de personas que se dedican de forma remunerada a algún sector relacionado con los cuidados (salud, trabajo social, educación, labores domésticas…) cerca del 95,5% son mujeres.
Históricamente, las mujeres han asumido en mayor medida el trabajo reproductivo y de cuidados, sentando las bases de un sistema y un orden social desigual. Pese a que las mujeres hemos logrado traspasar en muchas partes del mundo el ámbito de lo privado, el sistema de organización y el reparto de los cuidados a penas se han trasformado. En su mayoría, las políticas aplicadas han ido destinadas a dar facilidades a las mujeres para que “concilien” su empleo con “su” responsabilidad de cuidados, no a socializarlos, ni a revalorizarlos y entenderlos como algo completamente central para la vida.
La pandemia evidenció todavía más el hecho de que las personas estamos profundamente interconectadas y que necesitamos no solo de bienes y servicios para sobrevivir, sino también de cuidados. Los cuidados son relacionales e interdependientes, todos hemos precisado o precisaremos de ellos en algún momento de nuestra vida, puesto que los seres humanos vivimos encarnados en cuerpos, en cuerpos que, como dice Yayo Herrero, son vulnerables y finitos, en cuerpos que tienen que ser cuidados especialmente en determinados momentos del ciclo vital como puede ser la infancia o la vejez, cuando enfermamos o en algunos casos de diversidad funcional.
Paradójicamente, quienes se encargaron de cuidarnos durante los momentos más crudos de esta reciente crisis sanitaria han salido doblemente perjudicadas. De acuerdo con el informe Esenciales, que elaboró Oxfam Intermón para evaluar la situación de las personas que se han dedicado a cuidar y salvar nuestras vidas durante la crisis del COVID, no solo se encuentran más cansadas, sino que su situación laboral continúa siendo igual o más precaria que antes. Hemos vuelto a abandonar a aquellas a quienes aplaudíamos y agradecíamos “tanto” su labor unos meses atrás. Después de los aplausos de la cuarentena solo ha habido silencio, institucional y social. ¿Dónde esta la recompensa tras tanto esfuerzo? ¿Y el apoyo popular para garantizarles mejores condiciones?
En España, más del 80% de las enfermeras de entre 25 y 34 años que trabajan en la sanidad pública tienen un contrato temporal. De hecho, la temporalidad en la sanidad pública supera significativamente la temporalidad de los trabajadores sanitarios del sector privado. Si nos fijamos en los datos en relación a las trabajadoras del hogar la realidad es todavía peor, siendo que una de cada tres vive por debajo del umbral de la pobreza. Según el informe de Oxfam sus familias sufren 2,5 veces más retrasos en el pago de alquiler o la hipoteca y 2,7 veces más no pueden solicitar atención sanitaria cuando la requieren debido a su coste. ¿Irónico no? Quienes se encargan de cuidarnos no pueden permitirse ser cuidadas. De ellas, más del 60% son extranjeras y por encima del 15% trabaja en la informalidad, porcentaje que aumenta desde 2015, estos dos factores las colocan indudablemente en situaciones de mayor vulnerabilidad. Si eres mujer, migrante y tienes pocos recursos económicos, tienes muchas más posibilidades de sufrir todo tipo de discriminaciones y abusos, también en los ámbitos de trabajo.
La solución a la crisis de los cuidados es compleja pero no imposible, como casi todo en este mundo. En primera instancia necesitamos hacer efectiva una nueva concepción respecto a la centralidad e importancia de los cuidados, y que lo que ya todos conocemos de forma teórica, comience a materializarse en la práctica. El siguiente paso es desfeminizar los cuidados y corresponsabilizar al conjunto de la sociedad y al poder público, haciendo que el estado asuma también su responsabilidad respecto a esta problemática y trate de implicarse en su resolución. Los cuidados también son políticos y no existirá igualdad, ni cambio, ni libertad para nosotras mientras seamos quienes de forma sistémica y precaria nos encargamos ello. Si dejamos de cuidar, se cae el mundo.