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Cada año, millones de personas en todo el mundo participan en la Hora del Planeta, apagando las luces durante sesenta minutos como un gesto de conciencia ambiental. Es un acto simbólico de unidad global, un recordatorio de que el destino del planeta depende de nuestras acciones colectivas. Sin embargo, mientras el cambio climático se intensifica, los ecosistemas colapsan y la crisis ecológica se agrava, debemos preguntarnos: ¿es suficiente con una hora al año?
La respuesta es clara: no. La Hora del Planeta ha sido un evento clave para sensibilizar a la opinión pública sobre la urgencia climática. Desde su creación en 2007, ha logrado movilizar a gobiernos, empresas y ciudadanos de más de 190 países. Durante ese breve lapso de oscuridad, monumentos emblemáticos como la Torre Eiffel, el Coliseo o la Sagrada Familia se apagan en un mensaje de unidad. Sin embargo, aunque este gesto es poderoso, no es suficiente para enfrentar la magnitud del problema. La crisis climática no se toma un descanso, no ocurre en intervalos simbólicos: es constante, implacable y requiere mucho más que gestos momentáneos.
Si bien la Hora del Planeta genera conciencia, el verdadero reto es convertir esa conciencia en acción sostenida. La lucha contra el cambio climático no puede reducirse a sesenta minutos de reflexión. Necesitamos un compromiso diario, estructural y transformador que abarque todos los aspectos de nuestra sociedad.
¿Qué podemos hacer más allá de la Hora del Planeta? En primer lugar, exigir a nuestros gobiernos que aceleren la transición hacia una economía descarbonizada. No basta con compromisos vagos a largo plazo; necesitamos políticas concretas que impulsen energías renovables, reduzcan la dependencia de los combustibles fósiles y promuevan modelos de producción y consumo sostenibles.
En segundo lugar, las empresas deben asumir su responsabilidad. No pueden seguir utilizando la sostenibilidad como una estrategia de marketing mientras continúan operando con modelos destructivos. Es hora de que la acción climática deje de ser voluntaria y se convierta en un requisito innegociable. La sociedad civil tiene un papel clave en presionar para que esto ocurra.
Finalmente, está nuestra responsabilidad individual. Si bien la crisis ecológica es sistémica y requiere soluciones estructurales, cada acción cuenta. Reducir nuestro consumo de recursos, optar por la movilidad sostenible, apoyar economías locales y exigir transparencia climática a los líderes políticos y empresariales son pasos que, cuando se multiplican a escala global, generan un impacto real.
La Hora del Planeta sigue siendo una oportunidad valiosa para detenernos y reflexionar sobre nuestro impacto ambiental, pero la crisis climática ya no permite limitarnos a la reflexión. Los datos científicos son inapelables: estamos en un punto de no retorno. La última década ha sido la más cálida jamás registrada, los eventos climáticos extremos se han multiplicado y la biodiversidad se encuentra en caída libre. Mientras tanto, seguimos viendo respuestas tibias, medidas a medias y promesas que no se traducen en acciones reales.
No podemos permitirnos que la acción climática se reduzca a una serie de eventos simbólicos. La verdadera pregunta es: ¿qué hacemos con ese simbolismo? ¿Cómo aseguramos que el mensaje de la Hora del Planeta se traduzca en un movimiento continuo?
Este año, cuando apaguemos las luces, hagámoslo con un propósito más profundo. Que no sea solo un gesto pasajero, sino un recordatorio de que cada día debemos tomar decisiones que protejan nuestro planeta. Que sea un compromiso de exigir a nuestros líderes cambios reales, de transformar nuestros hábitos y de sumar nuestras voces a una demanda global de justicia climática.
Porque la Hora del Planeta no debería ser solo un evento anual. La hora de actuar es ahora, y dura todo el año.
Ha llegado la hora de levantarnos por la Tierra, nuestro hogar marchito, con amor y furia. Y esta vez, no podemos permitirnos apagar el compromiso cuando vuelvan a encenderse las luces.
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