No menos excitante es la era que nos ha tocado vivir, repleta de grandes desafíos que ponen en jaque nuestra supervivencia como especie. Y es que el cambio de paradigma que estamos atravesando es brutal. La desigualdad en la redistribución de la riqueza -devastadora desde tiempos inmemoriales en países en vías de desarrollo-, ha llegado hoy a límites asfixiantes en la sociedad occidental.
En España la situación es especialmente dramática. Muestra de ello son los datos que apunta el informe La infancia en España 2014, elaborado por Unicef, que pone de manifiesto que el 27,5% de las/os niñas/os de nuestro país viven en riesgo de pobreza. Son más de dos millones de niñas y niños. Se mire por donde se mire, la cifra es aterradora.
Ante esta tesitura, son muchos los agentes sociales que han reaccionado y están sumando esfuerzos para revertir la coyuntura actual. Las pymes, en su condición de gran motor de la actividad económica en nuestro país -representan más del 99% del tejido empresarial-, están llamadas a ejercer un rol determinante en el diseño del mundo que viene. La Responsabilidad Social Empresarial (RSE), por tanto, se erige como un recurso clave en la promoción del cambio social. Sin embargo, todavía no hemos sabido encontrar canales adecuados para inducir la implantación de la RSE en la mayoría de las pymes.
UNA OPORTUNIDAD DE ORO
Bajo mi punto de vista, el escenario en el que nos movemos pone en evidencia la necesidad de establecer contextos de colaboración entre entidades. Especialmente atractiva me parece la oportunidad de cooperación entre pymes y Tercer Sector. Además del ya citado potencial socialmente responsable de las primeras, las ONGs se encuentran en pleno cambio de rumbo tras el notable descenso de la financiación pública. El prestigioso informe La reacción del Tercer Sector Social al entorno de crisis -elaborado por PwC, el Instituto de Innovación Social de ESADE y la Obra Social La Caixa-, investiga el impacto y la respuesta de las entidades no lucrativas ante la recesión económica iniciada en 2008. En él, además de otras conclusiones, se identifica la RSE como una estrategia propicia para facilitar relaciones win-win entre organizaciones del Tercer Sector y el grueso del tejido empresarial en España.
Ojo, incurrir en la beneficencia, caridad o asistencialismo sería replicar esquemas marchitos de marketing social. Se acabó aquello de la pasta por el logo. La RSE debe convertirse en algo más que una etiqueta bonita. Es momento para romper viejos marcos conceptuales y buscar nuevas soluciones para los nuevos problemas a los que nos enfrentamos. Y es que la altura del reto obliga a adoptar actitudes proactivas basadas en el absoluto convencimiento de que el camino pasa por la colaboración. ONGs y pymes deben abrir un nuevo contexto de alianzas estratégicas donde se aporte valor mutuamente.
Por una parte, la realidad evidencia que la supervivencia de las ONGs pasa por la implementación de nuevas fórmulas de fundraising. Por otra, cada vez toma más fuerza la teoría de que sólo sobrevivirán aquellas empresas que suden RSE en su actividad diaria: la ciudadanía demanda transparencia, honestidad, sensibilidad con el medio ambiente, etc.; en definitiva: coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Cabe destacar que el pacto propuesto entre entidades no lucrativas y tejido empresarial no tiene por qué estar basado en una mera colaboración económica. Existen multitud de alternativas -inserción laboral, voluntariado corporativo, mentoring, etc.- que, sin necesidad de recurrir a transferencias de cash, estrechan el vínculo entre unas y otras como partners en busca de beneficios. Asimismo, ambos actores deben servirse de las nuevas metodologías de medición del impacto social para evaluar el retorno social de las inversiones, obteniendo incluso el proxy financiero para las cuestiones o ítems intangibles.
En conclusión, en mi opinión sería todo un acierto potenciar la RSE como catalizador de la relación entre pymes y Tercer Sector, esto es, liberarla como resorte con el que resistir a la inercia asistencialista a la que nos empuja el día a día. Que no nos engañe el cortoplacismo imperante, porque tal y como me comentaba hace escasas semanas el profesor Federico Mayor Zaragoza, “para que el futuro sea distinto hay que cambiar hoy”.