Se trata de un error peligroso, ya que desvía nuestra atención del verdadero foco del problema: si no frenamos el consumo descontrolado de los países más avanzados, transformando sus economías para que sean verdaderamente sostenibles y justas, este consumo excesivo agotará el planeta a un ritmo vertiginoso.
En los últimos años, asistimos impotentes a una apropiación de los recursos naturales por parte de cada vez menos individuos. Mientras, el 20% más pobre de la población mundial no dispone de recursos ni tan siquiera para tener un nivel de vida digno. La falta de comida, agua, energía y refugio les hace mucho más vulnerables ante las amenazas del cambio climático, de los desastres naturales y de la crisis económica. Paradójicamente es a este estilo de vida consumista al que aspiran muchas personas pobres, porque parece que ofrece un nivel de vida y bienestar al que todos deberían tener acceso.
Alcanzar la equidad en un mundo limitado implica cambios drásticos en el estilo de vida de las clases más acomodadas, así como en los modelos de desarrollo de los países pobres.