Adela Cortina (Valencia, 1947) nos habla de la dignidad como, el núcleo de la ética de una ciudadanía cosmopolita.
Cuando hablamos de RSC, podemos entender fácilmente que la ética es parte fundamental de la responsabilidad. Por lo que la derivada es sencilla, la ética es el camino más corto hacia la dignidad. Pero, ¿somos éticos en nuestros negocios?
Según la RAE, la definición de dignidad es: cualidad de digno. Sinónimos: honradez, respetabilidad, nobleza, honestidad, honorabilidad, integridad, probidad, rectitud, decencia, seriedad, decoro, pundonor, autoestima, orgullo, vergüenza, honrilla, puntillo, honor…
¿Quién no se apunta a estas características para que lo describan? Pero… ¿Quién se esmera en cumplirlas cuando entra en juego el dinero o la política?
Cumplir con la Responsabilidad Social Corporativa hace que seamos dignos y hagamos dignas a las personas que, de una forma u otra, directa o tangencialmente, son tocadas por nuestras empresas. Poner a las personas y al planeta en el centro es hablar de ética, de dignidad y de derechos humanos.
Una empresa cumple con la “obligación social corporativa”, si en materia de salarios las personas trabajadoras cobran el salario mínimo interprofesional (SMI). ¿Si cumplimos con nuestras obligaciones, podemos hablar de responsabilidad? Yo diría que sí, pero… ¿podemos hablar de responsabilidad si, cumpliendo con el pago del SMI en puestos similares, las mujeres cobran menos que los hombres?
¿Podemos equiparar la acción social corporativa a la responsabilidad social corporativa? Tajantemente no. Ayudar en la creación de 300 pozos de agua en África (acción social) nos puede hacer “algo” responsables. Pero si mientras tanto mi empresa esquilma el Amazonas para sacar petróleo, ¿dónde queda la responsabilidad social de mi empresa? ¿Dónde queda la dignidad de las personas que toman decisiones de este tipo pensando solamente en lo económico para su empresa, que no para la humanidad?
El controvertido “green washing” es el enemigo de la RSC, de la ética y, por lo tanto, de la dignidad. Ahora que la sostenibilidad se ve como uno de los caminos más seguros hacia la resiliencia de las empresas, de la humanidad y del planeta, no dejemos que el “sustainable washing” ocupe su lugar.
Ahora bien, ¿cómo combatir el “sustainable washing”? Sinceramente, creo que no hay más que dos caminos. Uno, el marcado por la ética y la búsqueda de la dignidad en nuestras acciones. El segundo, el establecimiento de métricas de impacto positivo en nuestras organizaciones. Y si son los dos, miel sobre hojuelas.
En las métricas de impacto positivo hay dos opciones. Por un lado, utilizar la métrica de manera estratégica de forma que nos sirva para ir midiendo nuestros avances en sostenibilidad y por tanto en responsabilidad social, lo que reconocerá y reforzará la dignidad y la ética. Por otro, emplear métricas que puedan ser auditadas de forma independiente.
En el caso de que la ética y la dignidad imperen en nuestro quehacer, nos preguntaremos: “si ya lo voy a hacer lo mejor posible, ¿necesito que alguien me audite?” Pues bien, también aquí hay dos opciones. Auditarse o no auditarse.
Si no nos auditamos, pero utilizamos alguna métrica de impacto, siempre aprenderemos y mejoraremos. Está claro que todo lo que se mide es susceptible de mejora. Si nos auditamos, podremos saber si hay algo que no hemos analizado bien, por lo que podremos mejorar en el desempeño. Y no solo eso, también tendremos la oportunidad de comunicar con seguridad y un aval contrastable, lo que reforzará nuestra honradez, respetabilidad, nobleza, honestidad, honorabilidad, integridad, probidad, rectitud, decencia, seriedad, decoro, pundonor, autoestima, orgullo, vergüenza, honrilla, puntillo, honor. Es decir, nuestra ética y dignidad propia y ajena.
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