Cuando asumimos el papel de cuidar a un familiar con demencia u otro tipo de dependencia nuestra vida cambia en muchos aspectos. Ser cuidador requiere un elevado número de horas diarias a lo largo de años y conlleva nuevos roles y responsabilidades, desde encargarse de la satisfacción de las necesidades de nuestro ser querido hasta realizar trámites legales y/o médicos.
Numerosas investigaciones señalan esta situación como estresante y con consecuencias negativas para la salud física y emocional del cuidador. A lo largo de mi trayectoria clínica e investigadora, me he topado con una experiencia, frecuente, difícil y con un significativo impacto en el estado emocional de los cuidadores: sentirse culpable. Culpable por no actuar como debería hacerlo un buen cuidador; por perder la calma con el familiar cuidado; culpable por no ser capaz de mejorar el estado de mi familiar; culpable por sentirme mal y/o tener malos pensamientos sobre mi situación; culpable por disfrutar o hacer algo mientras el familiar está enfermo; culpable por dejar a mi familiar con otra persona o en otro espacio…
En nuestro estudio titulado Pilot study of a psychotherapeutic intervention for reducing guilt feelings in highly distressed dementia family caregivers (Innovative practice) publicado en la revista Dementia, comentamos tres factores que pueden conducirnos a sentirnos culpables y experimentar malestar.
Uno es la alta autoexigencia. Cuando cuidamos buscamos proporcionar el mejor cuidado posible a nuestro familiar, sin embargo, si nos exigimos ser los cuidadores perfectos, sin fallos y sabiendo siempre cómo actuar, nos sentiremos frustrados y culpables con asiduidad. Cuidar es difícil y es normal que en diferentes situaciones uno se vea sobrepasado o con dudas, e incluso habrá tenido alguna conducta de la que no esté contento. Errar es humano y nadie tiene el control y conocimientos para todas las posibles situaciones, no somos superhéroes. Es esencial valorar la situación en la que uno está inmerso, una situación difícil, en la que muchas veces se aprende a través del ensayo y error. Es importante darse permiso para equivocarse porque nadie es perfecto ni sabe qué hacer en todo momento. Puede que esas dudas o errores sean un indicativo de que es hora de buscar ayuda o de dedicarte tiempo a ti mismo.
Otro factor es la creencia de que determinadas emociones y pensamientos son malos o no deben experimentarse. A veces tener pensamientos como: “ojalá esto acabe de una vez”, “no debería estar triste porque si no preocuparé a mi familia”, pueden conducir a malestar y culpabilidad. Es normal sentirse triste, estresado, enfadado o que algún pensamiento negativo cruce por tu cabeza cuando estás ante una situación difícil, como es cuidar. Que uno piense algo malo en determinado momento sobre su situación o familiar no quiere decir que sea mal cuidador, sólo es reflejo de su difícil situación. Escucharse y permitirse tener sentimientos y pensamientos incómodos es importante.
Por último, el dedicarse tiempo a uno mismo y hacer actividades diferentes al cuidado pueden conducir a sentirse culpable o con sensación de abandonar al ser querido. Incluso la culpa puede actuar como barrera antes de disponerse a darse un espacio, por ejemplo, no ir a tomar un café porque me sentiré culpable. Sin embargo, si nosotros nos relegamos al último puesto, ¿quién cuida al cuidador? Cuidarse a sí mismo, es un derecho y deber cuando uno es cuidador, porque: 1) es esencial para nuestra salud y bienestar y; 2) ¿si no estoy bien, cuidaré bien? Si me cuido entonces podré proporcionar el mejor cuidado posible. Cuidamos a nuestros familiares porque son importantes para nosotros, y para dar un buen cuidado, cuidarnos a nosotros mismos es esencial.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras