El planeta cambia más rápido de lo esperado. La temperatura global supera ya los 1,5°C. Con esta tendencia superaremos los 2°C en 20 años y alcanzaremos los 3°C en 2100. Tenemos ante nosotros un fenómeno complejo y multidimensional cuyos riesgos han sido subestimados. Hablar de cambio climático no es hacerlo solo de dióxido de carbono, hay indicadores y parámetros relativos al bienestar humano que inciden en el mismo: consumo excesivo de agua dulce, la sexta extinción masiva de especies, la contaminación, etc…
Además, los cambios en el clima provocan sequías, inundaciones, olas de calor, enfermedades, tormentas… que no solo afectan a la Tierra, sino que impacta en la economía global: se estima una pérdida del 18 % del PIB de aquí a 2050 si seguimos el camino actual. Las devastadoras inundaciones en Eslovenia en 2023 le costaron al país el equivalente al 16,9% de sus ingresos nacionales.
Por su parte, las naciones africanas pierden el 5% de sus economías debido a inundaciones, sequías y calor, según la Organización Meteorológica Mundial. Estas cifras muestran que hemos llegado a un punto de inflexión: no enfoquemos sólo los riesgos, hagámoslo en las oportunidades que impulsan un futuro más seguro y más justo para la humanidad.
Además de económico, el cambio climático es un problema geopolítico. Las condiciones que existían cuando se firmó el Acuerdo de París han cambiado. China lidera hoy la producción de energía limpia, lo que genera tensiones globales, y las guerras en Ucrania y Gaza complican el consenso climático. La resultante es una pérdida de la hegemonía occidental en el comercio energético.
Mientras China, India, Turquía, Irán… firman acuerdos energéticos con Rusia, el equilibrio tradicional se resquebraja. No es retórico, necesitamos políticas climáticas ambiciosas y una gobernanza renovada para solventar la emergencia climática y ralentizar el cambio climático.
Los límites importan: debemos asegurar la estabilidad de los 9 límites planetarios
El desafío está en asegurar la estabilidad del marco de los límites que define los nueve procesos que regulan la estabilidad del planeta: el clima, la biodiversidad, el cambio del suelo, los flujos bioquímicos, la reducción ozono estratosférico, el agua dulce, la acidificación del océano, la carga de aerosoles atmosféricos y las nuevas entidades (desde materiales radiactivos hasta microplásticos).
Necesitamos velocidad y escala para acometer una transición energética rápida que nos aleje de los combustibles fósiles, una evolución hacia modelos empresariales más circulares o dietas saludables a partir de sistemas alimentarios sostenibles, entre otras. Una transición que no sólo revierta la pérdida de biodiversidad, sino que ponga el foco en la restauración de los sistemas marinos, los suelos, los bosques y los humedales.
La transición energética frente a los combustibles fósiles es prioritaria
Los expertos destacan la urgencia de dirigir las inversiones hacia las soluciones de la crisis climática, inversiones masivas en renovables y desinversión en combustibles fósiles. Además de acelerar la reestructuración profunda en el modelo de consumo energético global para evitar un planeta en el que los fenómenos extremos sean más intensos y frecuentes. El ejemplo lo tenemos en la energía verde: hoy en día es más barata que la energía basada en combustibles fósiles.
Este es el camino para un futuro más saludable, estable y seguro, con empleos y economías que puedan competir y proporcionar medios de vida sostenibles a largo plazo.
Y es importante entenderlo desde una perspectiva global de la energía: desde la implementación de energías renovables (fotovoltaica, eólica, hibridación tecnológica…), el impulso de gases verdes como el biometano y el hidrógeno, hasta la incorporación de los combustibles sostenibles como el SAF al sector del transporte. Si en España queremos alcanzar en 2030 el objetivo de reducir un 32% los gases de efecto invernadero y alcanzar un 81% de generación eléctrica procedente de fuentes renovables es fundamental fomentar la colaboración público-privada y el diálogo abierto entre los distintos actores: administración pública, sector privado y asociaciones.
Es difícil avanzar sin un debate público coherente que muestre tanto los beneficios de afrontar el cambio climático como de adaptarse a él, y que al mismo tiempo reconozca los sacrificios que exigen estos esfuerzos y las oportunidades que surgen de ellos. La salud de la Tierra debe mantenerse intacta, y para ello debemos seguir teniendo un planeta que pueda absorber el 50% del dióxido de carbono y que no cruce ningún punto de inflexión: por eso necesitamos los límites planetarios y tener una visión amplia más allá del CO2.
Tal y como aseguraba Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía, en “Pensar rápido, pensar despacio”, tenemos que pensar en contextos “concretos” y no “abstractos”. Aplicando esta filosofía, el cambio climático no puede ser un pensamiento abstracto, hoy es más que nunca una realidad material, tangible y concreta. Estoy segura de que aún estamos a tiempo de ralentizar el cambio climático.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional contra el Cambio Climático.