El análisis de diferentes perspectivas forma parte del impulso y la motivación en cualquier transformación social. Y en este sentido, las empresas, como agentes de cambio, debemos abocar por estrategias que realmente consoliden y fortalezcan los impactos positivos vinculados con nuestras decisiones y actuaciones, entendiendo que formamos parte de un Todo.
No sé si ese Todo es una constante sobradamente comprendida, pero la historia nos muestra que hay numerosos desequilibrios que todavía debemos gestionar. Y en este sentido, cuanto mayor es nuestro alcance e impacto, evidentemente mayor es la responsabilidad que nos liga a dicha gestión. Y aquí “entra en juego” todo el tejido empresarial que inyectamos de movimiento el sistema sobre que el trabajamos y vivimos (raíz de nuestro compromiso).
Sin que la categorización entre hombres y mujeres sea un aspecto que nos divida (pues desde ese Todo es un incremento exponencial de riqueza), podemos afirmar que a nivel cuantitativo la humanidad vive sobre una presencia equilibrada (definida por aproximadamente un 49.5% de población femenina y un 50.5% de población masculina, en cuestión de sexo, de entre los 8 mil millones de personas que cohabitamos la Tierra[1]). Llegados a este punto, desde este casi 50-50 ¿el reparto de las oportunidades se podría calificar como equilibrado? ¿cuál es la imagen que como reflejo construimos sobre esta realidad?
Creo que la respuesta está clara, y no solo desde el objetivo marcado por la sostenibilidad-sustentabilidad (donde cada persona, como protagonista de su propio desarrollo, debe disponer tanto de la libertad para decidir y como del derecho a la protección de su propia dignidad): todavía tenemos muchos pasos que dar para alcanzar ese equilibrio (sombra y crisol de nuestra transformación).
Partiendo de que cualquier cambio estructural es complejo y lento, la presencia y la referencia de la mujer en diferentes escenarios de nuestra vida debe ser fortalecida (tanto por justicia como razón estratégica), transformando con ello, por ejemplo, la visión que ciertos roles en función del sexo y ciertos estereotipos de género han establecido en nuestras sociedades. ¿Cómo podemos hablar de desarrollo sostenible cuando el 50 % de la población se enfrenta a limitaciones que coartan su libertad de oportunidades y por lo tanto el desarrollo de su personalidad?
Desde Europa, por ejemplo, la evolución de la igualdad formal presente en nuestro marco normativo consolida nuestro nivel de avance (así como la necesidad de seguir trabajando esta cuestión). La “Ley de la silla” en la España de 1912, o la “Ley del gato y el ratón” en Gran Bretaña en el año 1913, son guiños que pueden dibujar una sonrisa de progreso (siempre desde la cara positiva de la reivindicación de derechos). Pero aun en nuestros días necesitamos visibilizar “la Voz de las Hojas”[2], empoderar a las mujeres para que su participación en los trabajos productivos, en el ámbito mercantil, público y remunerado sea haga presente. En España, por ejemplo, menos de 20 % de los cargos directivos son ejercidos por mujeres, teniendo presente que más del 54% de la población que tiene estudios superiores pertenece al colectivo femenino[3].
Algunas de las preguntas que podríamos formular para analizar esta realidad podrían ser: ¿qué aspectos determinan la elección de unas responsabilidades frente a otras en cuestión de sexo?; partiendo de la diversidad genética entre hombre y mujeres, ¿existen diferencias entre el liderazgo masculino y femenino?; ¿cómo se expresen esas diferencias en el mundo corporativo?; ¿dichas diferencias constituyen una merma de talento, o, por el contrario, aportan una “nueva” gestión estratégica a las políticas organizacionales?; ¿es, en cualquier caso, la diversidad de puntos de análisis una oportunidad o un riesgo?…
Desde Bureau Veritas, por ejemplo, llevamos trabajando desde hace tiempo esta cuestión (alineando nuestras acciones de RC a metas presentes en los ODS 5 y 8, adhiriéndonos a los principios WEPs, formando parte de la iniciativa de “Empresas por una sociedad libre de violencia de género”, etc.).
Pero soy consciente, a nivel personal y profesional, que estos avances son un reflejo de los valores que como empresas y como sociedad deben consolidarse. Por eso, ahora más que nunca, debemos alinear nuestro propósito como empresas y nuestro propósito como personas trabajadoras para convertir las sombras y reflejos de los desequilibrios de nuestra sociedad en crisálidas y efectos de luz que nos permitan progresar hacia ese empoderamiento de la dignidad, siendo ésta la clave esencial del liderazgo organizacional de nuestros días.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables 8M-Día de la Mujer, el papel de la mujer en el desarrollo sostenible: retos y oportunidades.