Para entonces ya había recorrido casi todo el país, articulando el trinomio Empresa-Sociedad Civil-Gobierno bajo el enfoque RS (en mi opinión, su mejor expresión), pero también vi extenderse con virulencia las tres mayores amenazas para nuestra sostenibilidad: corrupción, impunidad e informalidad, que nos han llevado a la actual encrucijada, en la que debemos elegir, individual y colectivamente, entre la recuperación y consolidación de la gobernabilidad, y la anarquía.
No me refiero en especial a las elecciones presidenciales, en las que, ciertamente, también deberemos elegir, sino más bien a las decisiones que tomamos día a día, constantemente, como líderes, ejecutivos, funcionarios, finalmente, personas: elegir el bien, lo correcto, lo justo; eso es ser socialmente responsable y revela qué tan libres somos para optar decididamente por el bien. Conocemos ya demasiadas hipocresías e inconsistencias entre el ser y el parecer, entre el dicho y el hecho; ser socialmente responsable es sinónimo de integridad, de ser consistentes entre la práctica y lo que el diploma, certificado o lo que fuere, dice que somos; sorprendería –quizás no tanto- conocer cuántas organizaciones y personas exponen papeles –finalmente- de lo que quieren que se les reconozca, cuando en su entorno cercano la realidad muestra, a veces con brutalidad, lo contrario. En mayor o menor grado, estas tres amenazas se presentan en casi todas las actividades que desarrollamos, pues somos personas las que tomamos decisiones, con mayor o menor conciencia de las necesidades y oportunidades de nuestro entorno, y de nuestra capacidad para cambiar; preocupa que ante riesgos o daños causados por desidia o inconciencia, con demasiada frecuencia los líderes de las organizaciones creen que elegir el mal menor está bien, cuando en realidad es elegir el mal.
En casos así, recuerdo las palabras que Juan Pablo II, ahora santo, les dirigió a los terroristas que asolaban el país: “el mal nunca es camino hacia el bien”; ¡con cuánta propiedad se aplican estas palabras a quienes optan por el mal para sí mismos u otros, ya sea su vida, su salud, su trabajo o su destino! Detrás de estas tres amenazas vemos ambición por poder y egoísmo, que se muestran como tráfico de influencias, abuso de autoridad, evasión de responsabilidad, rechazo al sistema y otros síntomas de la grave crisis de valores hoy vivimos (no es ningún consuelo, pero no pasa “sólo en el Perú”, como muchos ingenuos creen). Es difícil ser íntegros, aceptar que nos equivocamos u obramos mal, enmendar nuestra conducta y remediar el daño causado; es difícil ir contra la corriente, resistir al materialismo y consumismo, impugnar el paradigma que la riqueza es sólo monetaria, y apostar por un cambio estructural, que incluya en nuestro concepto de “riqueza” intangibles como la confianza, el desarrollo de capacidades, la equidad y la gobernabilidad.
De eso se trata ser “socialmente responsable”: de buscar el bienestar de los involucrados en las decisiones que debemos tomar, para desarrollarnos como organización, empresa, sociedad, nación; finalmente, personas. Es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.