En las últimas décadas, la sostenibilidad ha ganado un espacio cada vez más relevante en las discusiones globales. Esta tendencia es respaldada por investigaciones como las de Global Footprint Network, que estima que la humanidad actualmente usa los recursos naturales 1.75 veces más rápido de lo que nuestros ecosistemas pueden regenerarlos. Además, con el constante crecimiento de la población global, estimándose alrededor de 10 billones de personas al 2050, es imperativo considerar y preguntarnos cuánto tiempo podemos sostener nuestro modo de vida actual antes de que nuestros recursos se agoten.
Para hacer frente a esta angustiante pregunta, han surgido iniciativas para integrar la sostenibilidad en la economía, quedando claro rápidamente que, para poder llegar a solucionar estos desafíos, era necesaria la contribución de todos los agentes de la sociedad, entre ellos, el mundo empresarial y financiero. De esta manera, surge la inclusión de factores Ambientales, Sociales y de Gobierno Corporativo (ASG) en las decisiones de inversión, factores que tienen impacto en el potencial de crecimiento, rentabilidad, exposición a riesgo y costo de capital de las empresas. Es decir, factores que tienen materialidad financiera y ayudan a prever por la continuidad de las empresas y el retorno de sus inversionistas. Esta tendencia se justifica aún más considerando que, 8 de los 10 principales Riesgos Globales identificados en 2023 por el World Economic Forum, fueron ambientales y sociales, como el cambio climático, la biodiversidad y los derechos humanos. Sin lugar a duda, son riesgos crecientes que inevitablemente tendrán, si no las tienen ya, repercusiones en las economías, compañías y, por ende, en los portafolios de inversión.
En esa misma línea, la relevancia que viene consiguiendo la inclusión de factores ASG ha generado diversas críticas y algunos consideran que distrae a los inversionistas, “alegando” que su único propósito debería ser buscar el mejor retorno. No obstante, queda puesto en evidencia que la inclusión de estos factores es indispensable al identificar que la escasez de recursos naturales puede significar disrupciones operativas o mayores costos para empresas dependientes de estos, que la retención de talento es esencial para incrementar la productividad y que la composición del Directorio y salvaguardar los derechos de los accionistas minoritarios es primordial para asegurar el acceso a capital de cualquier empresa.
Asimismo, el mercado viene interiorizando la necesidad de productos, servicios y formas de hacer negocios más sostenibles. Ante los cambios en las tendencias del mercado, a los cuales se suma el riesgo de cambios regulatorios, la inclusión de factores ASG es necesaria para que las empresas puedan responder a estas exigencias y evitar quedar obsoletas.
Por otro lado, ante un mayor foco en la sostenibilidad, surgen algunos agentes que buscan brindar una idea falsa o una verdad a medias sobre cómo los productos o servicios impactan el ambiente, lo conocido como “greenwashing”. Es así como, dentro de un mar de contenido y publicidad ASG que está acompañado por la creciente necesidad de abordar los riesgos ambientales y sociales, surge el reto de poder identificar las prácticas que realmente incluyen factores ASG y que, además, verdaderamente generan un impacto.
Cuando hablamos de inversiones responsables, la inclusión de factores ASG con un objetivo financiero es solo un extremo del espectro, que va desde estrategias “responsables” centradas en proteger el valor de las empresas hasta estrategias de “impacto” centradas en abordar desafíos sociales. Lo que viene sucediendo en los últimos años es que los inversionistas se acercan cada vez más hacia el “impacto”.
Sobre este último punto, los inversionistas y empresas se han apalancado de los Sustainable Development Goals (SDGs), adoptados en 2015 por las Naciones Unidas, ya que consideran que es una estructura confiable para determinar si las compañías están contribuyendo al desarrollo sostenible. Sin embargo, ello no hace que la tarea de medir la contribución sea más sencilla, ya que todavía prevalecen la falta de información, estandarización y reporte en las industrias.
Pese a esta situación, vemos esfuerzos, como el del regulador europeo, de ir un paso más allá de la “materialidad financiera” y dirigirse hacia la “doble materialidad”, terminología acuñada en 2019 que se refiere a que los estándares de reporte de sostenibilidad europeos no deben limitarse sólo a cubrir los riesgos de las compañías, sino también a los impactos que las compañías tienen en la sociedad y el ambiente.
Queda claro que vamos entrando a una nueva etapa de la “revolución ASG”, una cuyo impacto en el mundo real cobra más relevancia y viene acompañada de nuevos y mayores retos. Aunque el avance en materia ASG sea dispar entre las economías desarrolladas y en desarrollo, es importante que los inversionistas sigamos sumando esfuerzos, independientemente del estado de avance en el que nos encontremos.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Revolución ASG.