Los cambios sistémicos que la sociedad requiere solo se podrán lograr cuando las formas tradicionales de generar crecimiento y desarrollo incluyan al impacto social y ambiental. Esta premisa se ha empezado a normalizar. Así, emprendimientos y empresas han comenzado a ser, en cierta medida, protagonistas e impulsores clave para la construcción de una economía basada en el impacto. Sin embargo, existen, en ese proceso, retos que conducen a identificar acciones esenciales para la construcción sólida y responsable de un nuevo modelo, en el que la inversión de impacto sea uno de los pilares más importantes. Para lograr este resultado, la educación en este ámbito es medular.
Las inversiones de impacto tienen como finalidad cumplir objetivos financieros, sociales y ambientales de retorno, esto supone un cambio de mentalidad empresarial, de forma que se parta del inversor. Al respecto, Urriolagoitia et al. (2019) sostienen que ese cambio de mentalidad se caracteriza por su complejidad, dado que pasar del enfoque bidimensional (rentabilidad-riesgo) al enfoque tridimensional (rentabilidad-riesgo-impacto) es una tarea disruptiva y difícil. Desde la perspectiva educativa, no cabe duda de que, para virar de un enfoque a otro, se requieren habilidades y competencias interdisciplinarias. Esto se justifica, por ejemplo, en la necesidad de optimizar costos de transacción relacionados con la escalabilidad del modelo de negocio que tienen las empresas que participan en este tipo de inversión y que requieren de nuevo conocimiento en gestión del impacto.
Otro argumento sobre la necesidad de formación de capacidades y generación de conocimiento en este tema es la heterogeneidad del lenguaje relacionado con la descripción de actividades, el análisis de comportamientos, la determinación de brechas, la identificación de oportunidades y el vínculo de actores en el marco de esta industria. Resulta necesario que esa ambigüedad se reduzca, y eso se logra con estrategias de alfabetización a nivel educativo medio y superior, lo cual a largo plazo generará diversidad de literatura adaptada a realidades regionales específicas, innovación curricular de impacto, mejora en la función docente, implementación de mecanismos ágiles de ética y transparencia en la información. De esta manera, se reducirá la subjetividad en la medición cuando se gestionen y analicen estas inversiones.
Tal como lo señala Bouri et al. (2018), la confianza, el valor, la ética y la sostenibilidad son atributos de las ventajas competitivas de los mercados del futuro, lo que insta, desde este enfoque, a los gestores de inversiones de impacto a actuar con interés en la sociedad en general. Esto supone la formación en liderazgo, la cual será dirigida por la academia, la cual también asumirá responsabilidad en esta tarea. La importancia del capital humano para la construcción de un mercado responsable con base económica, social y ambiental sustenta la necesidad de formar profesionales no solo en finanzas, sino en especialidades relacionadas estratégicamente con el impacto, el riesgo y el retorno, entendidos estos tres elementos como un “todo” integrado en el proceso de inversión.
El desafío del desarrollo curricular, la reconversión de planes de estudio, el marco regulatorio relacionado, la empleabilidad, el fortalecimiento docente y la coherencia institucional son elementos importantes para un plan de acción integral que convierta a los principios básicos del impacto y las inversiones responsables, junto con sus técnicas y modelos, en hitos clave del sistema educativo, no únicamente del nivel superior. Este proceso puede tomar tiempo, pero acciones coordinadas con el sector académico, las empresas financieras, actores de Gobierno y centros de pensamiento pueden marcar la diferencia.
Implementar prácticas que favorezcan la enseñanza de invertir con propósito es la base de una política formativa al respecto. Este hecho se relaciona con el mayor compromiso social y ambiental que tienen los jóvenes, cuyo interés es tan creciente como el valor global de esta industria que, actualmente, asciende a 715 000 millones de dólares, según información de Olale (2022). Inversionistas, administradores de fondos y otros actores en el mundo cada vez más se centran en el impacto. En Latinoamérica, de acuerdo con datos recientes de Almaguer et al. (2023), existen por lo menos 92 inversionistas que realizan inversiones de impacto, que administran aproximadamente 3 400 000 000 (tres mil cuatrocientos millones) de dólares en activos.
La academia tiene velocidades distintas a estas tendencias presentadas; sin embargo, si se mira estratégicamente el panorama, constituye una oportunidad. El punto de partida es desarrollar estrategias institucionales y formativas que pongan al impacto positivo como meta central del proceso de enseñanza-aprendizaje en inversiones, desde un enfoque interdisciplinario, y que consideren competencias y habilidades ESG (environmental, social and governance). Así, se podrán construir los futuros cimientos de una verdadera economía próspera, responsable e inclusiva.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Revolución ASG.