La esencia de la economía circular (EC) se remonta a las antiguas prácticas del hombre prehistórico que aprovechaba los recursos que tenía a disposición, como pieles, huesos, piedras, madera, etc., para crear abrigos y herramientas para la subsistencia. Hoy en día, hacemos lo mismo, pero con mayor sofisticación y de manera mucho más industrializada, masificando los productos y haciéndolos más accesibles, fáciles de reemplazar y descartar, causando de este modo un estilo de vida poco sostenible.
Esta forma de extraer, producir y desechar, denominada economía lineal, está creando problemas que tratamos de resolver a través de la economía circular, aplicando sus diversas estrategias y modelos de negocios que buscan retener su valor para prevenir la generación de desechos. La escasez de recursos y la contaminación no son los únicos retos que enfrentamos sino que vienen acompañados de otros problemas, que hacen más complejo el panorama, incluyendo el crecimiento poblacional y el cambio climático que afectan, tanto la disponibilidad de recursos para la población actual, como para las futuras generaciones.
En la práctica, existen grandes intentos por transformar nuestra economía lineal en una circular. Sin embargo, estos esfuerzos aún son escasos y se centran en muchos casos en prácticas de ecoeficiencia en la medida que reducen y optimizan el uso de recursos como materia prima, agua y energía; esto quizás por un incentivo económico más que una preocupación ambiental.
Por otro lado, tenemos iniciativas que vienen siendo implementadas en respuesta a una normativa, por la exigencia de las leyes en torno a la contaminación debido al post consumo a través de la Responsabilidad Extendida del Productor o las normas sobre el plástico de un solo uso, para productos como botellas, bolsas de plástico, neumáticos, baterías y electrónicos, en lo que gran parte de las actividades de reciclaje se están enfocando. Esa obligación de gestionar los residuos debe ir de la mano con la obligación de aprovechamiento de los mismos para generar demanda y un mercado de materiales de descarte, porque de otro modo no se generarían los incentivos para su recuperación y reproceso.
La EC normalmente está asociada a la palabra “reciclaje” y su uso, hoy en día, agrupa acciones como reuso, reaprovechamiento, readaptación, entre otros, que deben ser diferenciados para un mejor aprovechamiento de los productos con valor y evitar su degradación. Aunque el reciclaje es una actividad que debe ser realizada, no es la que deba ser priorizada, ya que de hacerlo se perpetúa el “business as usual” de seguir produciendo y desechando ya que se asume que habrá una gestión de nuestros desechos, sin buscar soluciones a la disminución de generación de residuos.
Ahora, la transición de la EC se enfoca en considerar la cadena de valor del producto para garantizar mejores productos siguiendo los principios de circularidad, como minimizar el uso de recursos y reducir sus emisiones, haciéndolos más duraderos para que al final de su vida útil permita su reuso y reparabilidad evitando su pérdida de valor.
El 80% del impacto ambiental de un producto puede resolverse a través de su diseño, el cual no solo se refiere al diseño físico del producto, sino que comprende todas las fases del ciclo de vida de un producto, desde su concepción, fabricación, distribución, comercialización, uso y reciclaje/reutilización. Este se conoce como ecodiseño, concepto que la EC incorpora dentro de sus estrategias para proporcionar un modelo coherente con lo económico, social y ambiental.
En el presente, la EC se está volviendo más prominente porque tiene la capacidad de crear productos sin depender del uso adicional de recursos y además que vuelve al proceso productivo mucho más consciente de los impactos negativos durante su manufactura, así como de las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) asociados a cada etapa de su ciclo de vida.
Las diferentes aplicaciones tecnológicas (como el blockchain y la inteligencia artificial) están facilitando innovaciones que permiten un cambio en nuestra sociedad. Por ejemplo, el reemplazo del papel por soluciones digitales, el uso de pasaportes de materiales que permitan la trazabilidad de sus componentes para su posterior aprovechamiento, y las plataformas para compartir bienes sin comprarlos (carros, maquinarias, herramientas, ropa, etc.) Si potenciamos estrategias más circulares podríamos disminuir nuestra dependencia de actividades primarias, con lo cual habría ahorros en costos de extracción, producción y transporte; y, por consiguiente, una disminución de los GEI causantes del calentamiento global.
Es momento de reflexionar y actuar de manera estratégica. El reciclaje es una acción que se debe llevar a cabo en el corto plazo, pero para una visión de mediano y largo plazo se requiere considerar el ecodiseño del ciclo de vida del producto. La EC se convierte, por tanto, en un modelo de negocio que involucra y beneficia a todos.
Al consumidor por acceder a productos sin tener que lidiar con la obsolescencia programada de productos, empaques y embalajes. Al Estado le beneficia en la medida que se disminuye la cantidad de desechos que se tienen que gestionar y las emisiones de GEI. Al sector empresarial, al generar más rentabilidad al minimizar su dependencia de los recursos, ser más eficientes en sus procesos y poder incursionar en mercados donde se valora la sostenibilidad. La transición hacia una economía circular es una realidad y una necesidad, es momento de adoptar nuevos hábitos de consumo y producción más sostenibles.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Economía Circular, impulsando el compromiso con la sostenibilidad.