Hablar de reciclaje nos lleva a mirar condiciones sociales, ambientales y económicas que por su precariedad y escala pueden resultar abrumadoras. Entre ellas están la degradación de los ecosistemas, los vacíos normativos, las carentes competencias de gobierno y la indiferencia de sectores productivos y de consumo que deciden desconocer indolentemente una problemática que nos involucra y afecta a todos y todas.
Solo en Perú millones de personas en condición de pobreza extrema optan por la recolección itinerante de residuos informal y casi invisiblemente. Con ello, incurren en la manipulación insalubre e insegura de residuos, exponiéndose a enfermedades y asaltos de quienes se dedican armados a robar lo recolectado por otros.
En lo más íntimo, nos confronta a nuestra sensibilidad, participación, hábitos y discursos con los que, por acción u omisión, robustecemos un modelo de sostenibilidad o continuidad. Orientando con ello la conexión de quienes nos rodean.
Es tan constante el acto de consumo, y con él el de generación y disposición de residuos, que incorporar criterios de sostenibilidad en cada compra, apertura de paquetes o momento de deshecho es desafiante. Especialmente, si consideramos que, en los grupos poblacionales con mayor generación de residuos sólidos, el acto de consumo es principalmente un acto de indulgencia que poco se asocia a una realidad global desalentadora y desafiante.
Vemos por otro lado a quienes decididamente han asumido estilos de vida sostenibles con vocación y determinación casi religiosa, cubierta de convicción, ritos y evangelización. Este grupo es consciente de su derecho a consumir acorde a sus convicciones y lo ejerce. Se involucra a indagar sobre las decisiones sostenibles de las marcas; insumos, tiempo de vida, opciones de reparación y disposición sus residuos. Son estos consumidores los que moldean no solo los cambios del mercado sino también del espacio público.
Reclaman o usan activamente la infraestructura disponible para el reciclaje en sus edificios y barrios, motivando a otros a usarlos, entre ellos, colegas, vecinos y pequeños familiares. Entre las formas creativas en diversos distritos de la capital peruana, he encontrado pequeños y grandes que guardan con admiración y cariño el recuerdo de quien les enseñó por sensibilidad, ambiental, social o económica a mirar el residuo con ojos de solidaridad, cuidado y beneficio. Con ternura me han narrado de los juegos de basket botella en contenedores públicos, salto sobre las cajas y botellas o el cuidado del costal lleno de residuos/insumos a ofrecer a quien lo necesite.
En esta fecha conmemorativa me parece necesario además de destacar el valor del reciclador, la importancia de las normativas e iniciativas empresariales, destacar a quienes nos deslumbran e inspiran con su coherencia, sensibilidad y disciplina en tiempos urgentes como el nuestro. Su constancia silenciosa y voz valerosa para incidir en su entorno es muestra que todo acto, desde el consumo hasta la disposición de residuos, puede ser un acto de amor.
Nos recuerdan que, en el mundo, además de tener escasez de recursos, tenemos abundancia de basura por reaprovechar, además de tener escasez de empleo, tenemos abundancia de trabajo por hacer y remunerar en el reaprovechamiento, además de tener escasez de sensibilidad y conexión, tenemos abundancia de empatía y sentido por sumar, y además de tener millones de personas cerradas a cambiar, tenemos millones de personas y niños con ganas de inspirarse y conectar.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Reciclaje en Latinoamérica.